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Los Billetes en el Vaso Tienen Su Historia

By November 15, 2015 March 10th, 2016 No Comments

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IMAGEN: El vaso con los billetes que he guardado a través de los años.

 

No soy supersticioso ni creo en otras cosas por el estilo. Sin embargo, tiendo guardar ciertos objetos como recordatorios de sucesos que me han ocurrido en el andar de la vida. Uno de ésos es un vaso de vidrio con varios billetes enrollados y atiborrados en dicho recipiente. Los he venido guardando desde hace años. Ese vaso ha andado por todos lados: sobre una mesita, junto al televisor, en el suelo y metido en una caja.

Cuando mi hija decidió pintar de color gris un cuarto de arriba que sirve como mi escondite, lo decoró también. Antes era de color amarillo. Acomodó todos los tiliches que yo tenía regados por todos lados; los puso en los lugares correctos. Los libros los quitó del suelo y los colocó en un librero; lo mismo hizo con cuadros, fotos, y bolsas repletas de esto y lo otro que sólo yo sabía dónde estaban. Lo ordenó todo y guardó las chucherías en donde se debe.

Así es mi hija, le gusta el orden. A mí, aunque soy bien ordenado, no me molesta tener ciertas pertenencias regadas a mi alrededor, siempre y cuando cada cosa se encuentre guardada en el montoncito correcto. Eso sí, me gusta saber el paradero de cada cosa, en caso que tenga que buscarlas, a pesar de que casi nunca las necesito. Pero sí me gusta tenerlas muy de cerca y verlas, pues ciertos objetos me traen gratos recuerdos.

La mera verdad, a mí me agrada recordar detalles del pasado. ¿Qué voy hacer? Los considero parte de mi vida y detrás de cada uno de ellos se encuentra algo bueno qué contar. Ese vaso en la foto, por ejemplo, con esos billetes, tiene su historia. Después de remodelar el cuarto, mi hija lo colocó dentro de esa repisa que había pintado de color negro (antes era de color fucsia, pues era de ella). Me imagino que puso el vaso allí porque lo consideró importante, aunque dudo que ella estuviera consciente del significado personal de ese dinero.

Hizo bien, pues ahora que está allí ese recordatorio, en la pared y frente a mí, me toca verlo mientras escribo locuras en la computadora. No son billetes de la suerte ni nada por el estilo, sino remembranzas, como ya se los había dicho.

El primer billete, por ejemplo, llegó a mis manos en 1979, en una carta dirigida al primer negocio que tuve después de salir de la fuerza aérea. Me estaban tratando de vender no sé qué y me enviaron un billete de un dólar como incentivo para que los llamara. Nunca les compré lo que vendían, pero decidí guardar el billete como recordatorio de tan curioso método de mercadeo.

Varios de otros billetes me los encontré dentro de libros cuando me dedicaba a la venta de los mismos por Internet, a principios de esta década. Estuve metido en ese negocio por más o menos dos años. Compraba libros al mayoreo, en grandes cajas, y después los revisaba para determinar el potencial de venta de cada uno. La mayoría los descartaba y se los vendía a librerías, pero casi todos los hojeaba con el dedo gordo para ver si por casualidad tenían un billete metidos entre las páginas. Me encontré montones de billetes, el de mayor valor fue uno de veinte dólares. Parece que siempre hay gente que esconde dinero dentro de los libros. Muchos de esos billetes me los gasté, pues eran demasiados. Algunos de ellos terminaron en ese vaso.

El más memorable de esos billetes (y que aún se encuentra metido en dicho vaso) es uno con denominación de dos dólares. Me lo envió por correo Richard Constantino, un viejo amigo que conocí cuando trabajaba para Met Life en Stockton, California en 1978. Lo recibí en marzo o abril de 1993. Él tenía en ese entonces dos o tres tienditas de conveniencia, como las llaman por acá. Le había ido bien a mi amigo. Me escribió una carta bien bonita, diciéndome que el billete era algo simbólico para apoyarme y para que tuviera una rápida recuperación. Un pandillero me había enterrado dos puñaladas en la espalda mientras acomodaba mis cosas en mi vehículo después de jugar frontón tenis en un club deportivo en Manteca, California. No fue robo, sino supuestamente algo que el atacante tenía que hacer para que lo aceptaran en una pandilla. A mí me tocó pagar el pato.

La noticia había sido publicada en un periódico local y fue así como mi amigo se enteró del acontecimiento. Consideré bueno ese detalle de Richard. Todavía se acordaba de mí. Por eso guardé el billete. No creo en supersticiones, pero sí en las buenas acciones de los amigos. Son valiosos esos detalles.

 

AUTOR: Pedro Chávez