IMAGEN: La que fue la escuela Cuauhtémoc en la avenida Madero, Mexicali, B.C.
Soy de Mexicali, pero ahora vivo en el norte de Texas, en Frisco, para ser exacto. Ya llevo más de doce años por estos rumbos. Este estado, el de la estrella solitaria, está lleno de paisanos mexicanos, la mayoría norteños o guanajuatenses. Los que provienen del norte son generalmente de un puñado de estados: de Nuevo León, Tamaulipas, Coahuila, Durango y San Luis Potosí. Hay algunos de Chihuahua también, pero casi nunca se ven gentes de por allá, de mi estado, Baja California, y mucho menos de Mexicali.
Sin embargo, a cada rato me encuentro con compatriotas que han estado en nuestra tierra cachanilla. Lo primero que mencionan son esos calorones que azotan a nuestro valle durante el verano. Tiene su fama nuestro pueblo. Eso de cachanilla, entre paréntesis, es el gentilicio informal que nos han dado. Viene de una planta que abunda en nuestra tierra y que en un tiempo se usó para construir casitas en el campo. Mi mamá usaba varas verdes de cachanilla para pegarnos cuando nos portábamos mal. Yo creo que deben de haber miles y miles de coterráneos que también fueron disciplinados por sus mamás con varas de esa yerba.
La disciplina, no cabe duda, es muy importante en nuestras vidas. En el caso de nosotros los cachanillas, creo que esa actitud personal de hacer las cosas bien y de no darnos por vencidos tan fácilmente, es lo que nos ha ayudado a vencer no sólo los calorones, sino otros elementos castigadores del medio ambiente. Pruebas de que somos portadores de esos valores existen. En poco más de cien años, aquello que fue un desierto abandonado, con sólo un puñado de pobladores, se ha transformado en una próspera metrópolis. Lo que al principio fue un conjunto de ranchos algodoneros explotados por dueños extranjeros, es ahora una valiosa región industrial y agrícola con una zona metropolitana de más de un millón de habitantes.
Yo conocía muy bien a mi terruño, pero ya no puedo decir lo mismo. Ha cambiado mucho, no cabe duda, y además tengo ya más de doce años de no visitarlo. Cuando vivía allí, del cuarenta y seis al sesenta y dos, Mexicali era todavía un pueblito, una ciudad chiquitita. Cuando yo vendía periódico y daba bola allá por los años cincuenta, si me daba la gana, me podía desplazar a pie desde la garita hasta la colonia Pro-Hogar en menos de dos horas. Lo mismo duraba para llegar a la colonia Alamitos, al este de mi colonia, la Cuauhtémoc, o a la Bellavista, hacia el sur (colonia en la cual mi tata Nacho tuvo su casita, una tiendita y varios viñedos).
En bicicleta la travesía era más corta; máximo una hora para llegar a los puntos más lejanos de la zona metropolitana. Así era ese Mexicali de aquellos tiempos, chiquito y pueblerino. Muchas de sus calles no estaban pavimentadas, pero eso sí, todas tenían sus nombres. Calzada tal y tal, avenida República zutana o calle mengana. Todo estaba bien delineado también, al estilo romano. Calles en líneas rectas, manzanas rectangulares, todo cuadraba. Nada de curvas o calles con rotondas. Eso sí, todas esas rutas urbanas estaban repletas de árboles, casi todos de esos mentados salados, los que atraen el polvo y crecen y crecen hasta que llega un malvado que los corta.
Así era mi tierra en ese antaño, en la cual yo crecí y aprendí a llamarla mía. Después de levantar anclas en el sesenta y dos y dirigir el rumbo hacia el norte, poco vi a mi pueblo de nuevo, y si lo vi, no me di cuenta de los cambios, excepto diez años después, cuando noté que desaparecía esto y lo otro y que aquel pueblito se empezaba a convertir en un monstruo urbano.
Ya para el 2002 y el 2003, mi tierra era inconocible. Todo había cambiado. El antiguo aeropuerto había desaparecido, el palacio de gobierno era ahora la rectoría de la universidad estatal (la UABC), y mi colonia era otra. Estaba pavimentada.
Ya me imagino como debe de estar todo ahora, en ese terruño, en ese pedazo de patria. Debe ser algo que de seguro ha crecido a lo loco. Un verdadero monstruo. Pero uno entiende. Así es el progreso. Todo cambia, todo crece. Lo de antes sólo queda en la memoria. Cuando visite mi pueblo en un futuro no muy lejano, prometo mantenerme bien positivo. Me voy a olvidar de lo de antes y voy a pelar bien los ojos para poder apreciar con gusto el Mexicali de hoy. Pues, sea como sea, sigue siendo mi tierra.
Que bonita , historia mi tierra cachanilla, tan linda tierra como dice la cancion el que su agua probo siempre ahi se quedo ,y en El alma tendra que llevarte ?asi nos pasa a muchos que estamos lejos y la llevamos en El corazon ❤
Así es Juana, especialmente a ti, pues tus padres dejaron un gran legado en esa tierra. Saludos.
MI QUERIDO AMIGO, ES UN GRAN HONOR LEERTE, YA QUE TODO LO QUE ESCRIBES ME LLENA DE GOZO Y AÑORANZA, AUNQUE YO NO SEA CACHANILLA DE NACIMIENTO, SI LO SOY DE ADOPCION Y ESTOY ORGULLOSA DE ELLO.COTERRANEO AMIGO, TE DESEO TODO EL EXITO EN ESTO QUE TE ENCANTA HACER. ESCRIBIR.
Gracias Conchita. Creo que eres sinaloense y como tal, me imagino que amas los mariscos. En mi tierra saben como prepararlos, aunque presiento que fueron gentes de tu estado las que nos enseñaron como aprovecharlos. Gracias por tu comentario.
Me encanto su relato, yo naci en el valle de san luis rio colorado y llegue aqui en 1967 Mexicali es mi tierra lo amo y aqui morire me alegra que sun lo lleve en su corazon !!!Graciass!!!!!
Muchas gracias Lidia.
Yo tambien vivo en texas y soy cachanilla y me pasa lo mismo no eh encontrado un cachanilla pero si muchisima gente que visita nuestro hermoso caloron !!
Gracias Evelyn.