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Valiosas Pepitas de Oro las del Camino

By November 4, 2015 August 31st, 2016 2 Comments
Closeup of big gold nugget

IMAGEN: Pepitas de oro (foto propiedad de iStock, derechos pagados).

 

Las vidas de casi todos nosotros están llenas de valores y sabiduría, de mecanismos que nos guían y nos ayudan a sacarle jugo a lo que se debe aprovechar y a discernir entre lo malo y lo bueno. Es un verdadero tesoro ese entendimiento, esa enseñanza, esa sagacidad que uno va recogiendo en el andar, conforme uno crece o, a veces, cuando uno da tropiezos en el camino. Yo ya les tengo nombre a esos trocitos de riqueza, a esas gotitas de entendimiento que vamos acumulando y nos van enriqueciendo. Yo llamo a todo eso: pepitas de oro.

Pero esas pepitas, las de la vida, son algo especial. No son las comunes, las codiciadas. Ahora les explico.

Cuando los gringos nos quitaron nuestras tierras y a lo loco se lanzaron desde mil puntos de la Unión Americana hacia California durante la fiebre del oro, en mil ochocientos cuarenta y ocho, casi todos esos gambusinos pensaban recoger pepita tras pepita de oro en la Sierra Nevada. La gran mayoría, sin embargo, lo único que encontró fue una pena tras otra. Algunos encontraron oro, no cabe duda, pero esos fueron pocos. Así son las cosas cuando la codicia nos domina.

En mi caso, un cachanilla de esos que creció en los años cuarenta y cincuenta, cuando Mexicali era todavía un pueblito y a nuestra colonia, la Cuauhtémoc, todavía algunos la llamaban la San Rafael, eso de las pepitas fue algo diferente. Yo recogí miles de ellas. No eran de ese oro, el que brilla (ni las buscadas con avaricia en California), sino trocitos de amor, de conocimiento, de sabiduría. Pero mucho más valiosas que las de metal.

Esas pepitas, esas gotas repletas de talante que a través de los años me han surtido de garra y ánimo para enfrentar los escollos en el andar, me han ayudado montones. Tremendas pepitas han sido todas ellas, pues fueron esas joyas las que me fortificaron el alma, las que me formaron y me prepararon para dejar una huella en mi pasar. Aprecio a cada una de ellas, les digo, y con enorme gratitud menciono el origen de tan enorme tesoro.

Eso de dejar una huella en mi pasar, quiero explicarles, lo digo con humildad. No es que me crea algo especial o nada por el estilo. Para mí dejar una huella significa simplemente hacer una buena labor como padre, como persona, como humano. Hacer lo correcto y dejar un buen ejemplo para los descendientes. A eso me refiero.

En cuanto a las pepitas, déjenme contarles, muchas de ellas me las regaló mi madre. Que gran señora. Y que gran tesoro heredé yo de ella. Que sabiduría, que entrega. Ella me enseñó a distinguir entre lo malo y lo bueno y a trabajar duro, incansablemente, y a no rajarme. Me empujó también en la escuela, para que aprendiera bien y no me conformara con menos de lo soñado. Para que no fuera un burro. Que gran madre.

Mi padre me regaló pepitas también. De él vino la creatividad y el entendimiento de los números. Mis maestros, al igual, me otorgaron gotitas de esa pericia, pues fue en la escuela donde agarré la onda de eso del conocimiento y de tratar de descifrar lo aún no entendido. Muchos de esos maestros me enseñaron a estudiar, a cuestionar lo aceptado y a descifrar lo no entendido.

Pero el aprendizaje no terminó allí, en los sitios de rigor. Muchas de esas pepitas las recogí en la calle. En la tiendita de la esquina, en los lugares donde daba bola (como limpiabotas) y vendía periódicos, hablando con fulano y zutano, como dicen, en el camino. Allí recogí oro, no cabe duda. Si uno pelaba bien los ojos y paraba bien las orejas, ese oro como que le caía a uno a los pies.

El resto de las pepitas que la vida me ha brindado, y quizás las más valiosas, las he recogido en los fracasos, en los tropiezos. Allí me las he encontrado. Muy buenas toditas. Todas con uno o más mensajes, explicándome el porque de los reveces, de los descalabros. Pero también llenas de optimismo, casi echándome porras, como diciéndome: “Trata, trata, hasta llegar al éxito”.

Valiosas pepitas han sido todas esas que el andar me ha brindado. Y de oro verdadero todas ellas. No de ese que brilla, sino el otro, el sabio. El que te ayuda a triunfar, a seguir adelante.

 

2 Comments

  • Brenda Ugarte says:

    Muy bonito relato, que nos hace ver la importancia de los valores en los humanos.

  • thevirtualcolumnist says:

    Gracias Brenda. Te pido que sigas visitando este blog y que continúes comentando sobre los diferentes temas todavía por escribir. Saludos.