FOTO reciente de Sonia Flynn, sacada de su muro en Facebook.
Desde la primera vez que hablé con Sonia Flynn me di cuenta que traía su casta de personas preparadas, que tenía su buena enseñanza. Hablaba con confianza en sí misma y mostraba sin presumir su inteligencia. Se notaba también su don de mando. Me cayó bien esa Sonia. No sé por qué, pero siempre me han caído bien las mujeres entronas, siempre y cuando sean inteligentes.
La conocí en el año dos mil, en San Diego, California. Trabajamos juntos por tres años en un semanario en español de nombre Enlace, fundado por el diario de la región, el San Diego Union-Tribune. Sonia nació en Santa Bárbara, Chihuahua. Después de una estancia en el sur de California, se fue a vivir a Las Cruces, Nuevo México. Eso de Flynn es su apellido de casada. Nunca supe su nombre de pila, pero me imagino que debe de tener su alcurnia chihuahuense.
Me quedaron buenos recuerdos de esa amistad, especialmente de varios comentarios que ella hizo en el transcurso de nuestra labor para el periódico. Hay ciertos detalles como que lo sorprenden a uno, que nunca se esperan. Hay otros que se quedan grabados para el resto de nuestras vidas. El siguiente fue uno de ellos.
Andábamos apurados, haciendo no sé qué, tratando de terminar nuestras labores a tiempo. “Vísteme despacio, que tengo prisa”, dijo de repente Sonia.
Cayó como anillo al dedo la expresión. Yo me eché a reír. Me contó que había aprendido la frase de su papá, un doctor de pueblo, de esos que además de conocimientos de medicina tienen que aprender mucho sobre un sinfín de cosas de la vida, para poder alentar los ánimos de enfermos y sanos. Me imagino que ese doctor, el padre de Sonia, debe haber sido un erudito, de esos que te pueden contar de todo. Lo digo porque creo que de él heredó ella esa sabiduría. Como dicen, de tal palo, tal astilla.
Casi quince años después, a menudo recuerdo esas sabias palabras y por ende a Sonia. Especialmente cuando algo se me cae o me tropiezo con esto o lo otro por andar apurado. Así son los buenos dichos, nunca se olvidan.
En otra ocasión, cuando platicábamos sobre un tema relacionado con la muerte, mencioné el poema de Dylan Thomas, “Do not go gentle into that good night” (No entres dócil en esa dulce noche). Sonia no sólo conocía el poema, sino que se lo sabía de memoria y allí mismo recitó varios versos de él. Me sorprendió con su conocimiento literario. Uno que está metido en eso de las letras, como que no espera que algún compañero de trabajo esté enterado sobre cosas de poesía, ni mucho menos de poemas tan difíciles de entender como los de Dylan Thomas.
También demostró saber de cierto tipo de música la compañera Sonia. No recuerdo por qué se mencionó el nombre del cantante argentino Atahualpa Yupanqui y de la canción “Los ejes de mi carreta”, pero el caso es que ella después cantó el primer verso de la misma a baja voz (pues estábamos trabajando). De nuevo me sorprendió con su conocimiento, especialmente de una canción con un mensaje tan significativo. Pero ella la conocía y bien que se acordó de la letra de esa tonada folclórica. Entre paréntesis, la letra de ese cantar proviene de un poema del uruguayo Romildo Risso. Atahualpa Yupanqui le puso la música.
Hay otros detalles sobre Sonia Flynn y sus cosas que demostró durante los tres años que trabajamos juntos. Uno de esos detalles fue su apoyo. Cuando andaba yo con la idea de realizar un exitoso suplemento del cinco de mayo para el San Diego Union-Tribune, ella incondicionalmente me ayudó. Preparó cartas y volantes publicitarios para posibles anunciantes, organizó esto y lo otro y básicamente me echó la mano en una infinidad de menesteres. Nunca voy a olvidar ese apoyo. Fue ella también la primera en felicitarme cuando se anunció que me habían ascendido al puesto de jefe de ventas de publicidad.
Buena onda esa Sonia. No cabe duda, una amiga a todo dar.