FOTO: Rancho en el valle de Mexicali parecido al de la familia de Martita. Imagen de dominio público.
Antes de que aprendiera a caminar, Martita era ya un torbellino. No se quedaba quieta. Movía las manos, miraba para todos lados, gritaba, se reía, y una vez que pudo gatear, se escabullía por todos los rincones de su casa. Era curiosa también y recogía e inspeccionaba todo lo que encontraba en su recorrido. En una ocasión, su mamá la encontró jugando con un alacrán. Se divertía con él en el piso de tierra de la recámara. Movía dos de sus dedos sobre el suelo para que el alacrán los siguiera. Y eso es lo que hacía ese pequeño, pero peligroso bicho. Seguía los dedos de la niña. Ella daba grandes carcajadas y entonces arrastraba los dedos hacia el lado contrario para que de nuevo los siguiera el temible escorpión. Gran susto que se dio la mamá de Martita cuando llegó al cuarto atraída por el escándalo. Con un brazo recogió a la niña del suelo y con el otro se quitó la chancla para darle una infinidad de zapatazos al alacrán.
Hubieron similares incidentes con otros animales. A cado rato, por ejemplo, la encontraban jugando con inofensivas cachoras. Las agarraba de la cola y no dejaba que se escaparan. También se entretenía con los perros; habían varios canes en ese rancho. Se colgaba de ellos, los jalaba del pelo, los empujaba. Cuando los perros se apartaban de ella, cansados de tanto ajetreo, Martita los buscaba a gatas hasta dar con ellos y de nuevo repetía la jugarreta. Eran mansitos esos animales. Nunca le causaron daño.
Una vez que empezó a caminar, las diabluras de la niña se multiplicaron. Ya no eran los perros ni las cachoras con los que planteaba jugar. Martita se iba a las afueras de la casa con el fin de hacer de las suyas con los patos, las gallinas, los gallos. Los correteaba por todos lados, pero nunca los alcanzaba. En una ocasión, sin embargo, uno de esos gallos malhumorados, de esos que no aguantan los jueguitos de los niños, se fue detrás de Martita. Ella pensó que él venía a jugar, pero el gallo traía otra intención en mente. La quería picotear y establecer que era él quien mandaba en ese lugar. Que susto se llevó la pobre niña. Afortunadamente, uno de los perros fue a salvarla y casi mata al gallo. Así son los perros. Buenos para cuidar a los niños.
Conforme fue creciendo, Martita se convirtió en el show de esa casa, y de acuerdo con lo contado, también de la comarca. Hacía y decía cada cosa. Todo mundo sabía de ella. Le encantaba la atención a esa niña. Levantaba un pedazo de palo y se lo ponía junto a la oreja como si fuera teléfono. Según ella, hablaba con esta persona y la otra. Se hacía pasar por otros también. Imitaba sus voces, sus cadencias, sus modales. Era un gran show como ya lo dije. Casi todos se preguntaban de dónde había sacado eso del teléfono, pues esos aparatos eran completamente desconocidos en esos ranchos, en esos lares. Pero ella los conocía bien.
Es casi seguro que gran parte del conocimiento de Martita vino por medio de la radio. Se pasaba largas horas frente a uno de esos aparatos, ubicado en la única recámara que había en esa casa. Lo encendía, le subía el volumen, cambiaba las estaciones y hacía de las suyas con él. Para conservar la carga de la enorme pila, los adultos la mantenían casi siempre desconectada del radio cuando no estaba en uso. Pero Martita sabía como conectarla y encender el aparato. A los escasos cuatro años de edad, ella operaba ese artefacto radiofónico mejor que nadie y se daba gusto con él en las mañanas, durante las programaciones de los cuentos infantiles.
Mientras los hombres andaban en el campo trabajando y su mamá en la cocina preparando el almuerzo, Martita se la pasaba pegada a él. No se perdía ningún programa para niños. Pero también se entretenía con la programación para adultos. Escuchaba radionovelas, noticias, notas rojas, de todo. Se reía, se asustaba, echaba gritos, a ratos carcajadas, pero más que todo se la pasaba con la oreja casi pegada a ese aparato mágico. Sabía de artistas, de música y siempre estaba al tanto de las noticias del día.
En una ocasión acompañó a su mamá y a un hermano mayor al consultorio de un doctor que ejercía su oficio cerca de ese rancho. Aparentemente fue esa experiencia la que infundió en Martita el deseo de estudiar la carrera de medicina. Una vez de regreso en casa, la niña empezó a imitar las acciones del doctor. Sacó de no sé donde un cinturón viejo y se lo colocó sobre su cuello. Con la ayuda de una hermana menor de escasos dos años de edad, Martita lanzó una jocosa versión del juego de doctora. Le colocaba la hebilla del cinto en el pecho a su hermana y se ponía el otro extremo de la correa en su oído. Después hacía que la niña abriera la boca y tosiera. Le tomaba el pulso y también inspeccionaba el oído. La pantomima duró por buen rato, pero eventualmente su hermana menor se cansó del juego y dejó de participar en él.
Martita tenía poco más de un mes de haber cumplido los seis años de edad cuando empezó a ir a la escuela. Sus papás querían que se esperara un año más, pues consideraban que estaba muy chica todavía. Pero ella insistió en empezar su trayecto escolar a esa edad y así fue. Antes de poner pie en el aula, la niña ya sabía medio leer y escribir y también dominaba a la perfección las tablas de multiplicar. Además de ser muy lista, era precoz. Pero más que todo, Martita demostraba ya, a esa temprana edad, la garra que durante toda su vida la ayudó a cumplir sus metas.
PRÓXIMA SEMANA: Tercera parte de este cuento.
He disfrutado mucho de la lectura de sus cuentos,encuentro en ello frescura y naturalidad lo que permite decantar las ideas con la fluídez semejante al agua que se desliza en un riachuelo,cantarina y fresca ,sencilla y hermosa,permitiendo que se mimetize con el paisaje lleno de recuerdos vívidos que nos transportan a aquellas experiencias tan entrañables.
Reciba mi reconocimiento.
Saludos Hogla. Veo que vives en Ensenada, ciudad donde se desenlaza el final de mi novela “Guardianes del Refugio”, que también estoy publicando en este blog. Gracias por tu comentario.
Que agradable lectura, concuerdo con Hogla Félix Meza, es una lectura muy amena y me hace viajar a tiempos y lugares desconocidos y entrañables! Muchas gracias por esa oportunidad.
Gracias María. Trato de ser positivo, pero realista, en lo que escribo. Trato también de realzar lo bueno que existe en los pueblos y la gente de nuestra América. Saludos.