EspañolNovelas

Las Vicisitudes de Martita, Quinta Parte

By February 16, 2016 No Comments

10908848_2572419

FOTO: Tomos de la legendaria enciclopedia de antaño, la Espasa-Calpe.

 

ÚLTIMOS DOS PÁRRAFOS DEL RELATO ANTERIOR:

Para eso de la tarde, Martita estaba muy cansada. El haber madrugado causó estragos en su reloj interno. Una vez en casa no pudo aguantar más los embates del cansancio, por lo cual decidió tomarse un pequeño descanso. Estaba tan cansada que se quedó dormida por largo rato. Ya casi para oscurecerse se despertó. Se asustó, pues no sabía qué hora era. Eventualmente se acordó que no había encerrado las gallinas y salió corriendo de la casa en busca de dichas aves. Pero ya estaban encerradas. Su papá le había dicho a su hermana mayor que las metiera en las jaulas. No quiso que despertaran a Martita.

El no poder terminar todas las tareas de la escuela ese día porque no le alcanzó el tiempo, causó que Martita se sintiera desconsolada. Le dieron ganas de llorar, pero se aguantó, y en lugar de derramar lágrimas, hizo una promesa hacia sí misma. Se iba a levantar más temprano, dijo, y así poder hacer el resto de la tarea en la madrugada, antes de empezar con las labores del rancho. Así era ella. A todo le encontraba solución.

 

QUINTA PARTE

Poco a poco se fue acostumbrando Martita a su atareado ritmo de vida. Se levantaba temprano y se dedicaba a las labores del rancho que le habían asignado; una vez terminadas se iba a la escuela. Por las tardes estudiaba y antes de acostarse metía las gallinas a los corrales. Aprovechaba los fines de semana para leer todo tipo de libros, pero más aquellos con temas relacionados con la medicina. Todavía tenía metida en su mente la ilusión de llegar a ser doctora.

Al principio, tanto sus padres como sus hermanos y hermanas, consideraban que ese anhelo a estudiar esa profesión era algo pasajero, una quimera de niña, algo que Martita iba a olvidar con el pasar del tiempo. Sin embargo, eso no fue así. Cada día hablaba más sobre esa ansiada carrera profesional y de todo lo que tenía que hacer para convertir ese sueño en realidad. Sus maestros de primaria se habían mostrado también incrédulos, pero después de dos o tres años, algunos de ellos cambiaron de opinión. En cierta forma, Martita los había contagiado con su ánimo y su buen desempeño escolar y hasta cierto punto, esa dedicación a los estudios de aquella niña fogosa y llena de energía, se había convertido en un ejemplo a seguir para el resto de los estudiantes de esa escuela.

En el rancho ocurrió algo parecido. Ahora que Martita participaba en el mantenimiento de ese lugar, cooperando y cumpliendo con lo que se pedía de ella, su familia empezó a verla de otra manera. Ya no era la niña estudiosa que desdeñaba las labores del rancho, sino la hermana y la hija que un día iba a llegar a ser algo importante, aunque no creían que ella estudiaría la carrera de doctora. Para ellos eso era algo casi imposible. Por otra parte, estaban seguros que Martita iba a llegar muy lejos en alguna otra carrera y por eso todos en ese hogar se sentían orgullosos de ella, especialmente cuando la miraban concentrada en sus estudios y leyendo un libro tras otro.

Durante su último año de la escuela primaria, los maestros no sabían qué hacer con ella, pues Martita dominaba todas las materias mejor que todos los otros estudiantes e incluso casi todo el personal pedagógico de ese lugar. No tenía la madurez, pero sí la chispa para aprender y la habilidad para pensar, deducir y entender el porqué de muchas cosas. Lo único que les quedaba por hacer a los maestros era aguantarla y esperar que se fuera a la secundaria para que ya no los acongojara con tanta pregunta; perplejidades que según ellos, tenían que ver muy poco con la enseñanza requerida en una escuela primaria. Su maestra de sexto se desesperaba con ella, con sus inquietudes y su empedernido enfoque en eso de la medicina. Cuando trataba de ayudarla o entenderla, más bien se metía en una camisa de once varas, pues carecía la capacidad intelectual para poder descifrar lo que Martita decía o preguntaba. Eventualmente la maestra se deshizo de ella y le asignó una serie de estudios independientes para que los hiciera en casa y así no tenerla en el salón de clases.

Esas investigaciones sobre una variedad de temas científicos resultaron de gran beneficio para Martita por diferentes razones. En primer lugar, sólo tenía que ir a la escuela de vez en cuando, a entregar los estudios terminados y reunirse con la maestra para charlar sobre su progreso como estudiante independiente. En segundo lugar, aunque casi todas las tareas requerían poco tiempo para realizarlas, esos estudios a fondo le ayudaban a empaparse de valiosa información que nunca hubiera tenido la oportunidad de aprender en el salón de clases.

Para hacer sus investigaciones, Martita se traía libros de la escuela, de una paupérrima bibliotequita medio abandonada en una de las esquinas de la oficina del director de ese centro escolar. Tenía cuando mucho cien libros ese espacio, amontonados uno sobre el otro, casi todos empolvados, pues casi nadie se interesaba en leerlos. Para Martita, sin embargo, esa fuente de conocimiento se convirtió en un verdadero tesoro, más que todo porque entre esos libros se encontraba una edición completa de la enciclopedia Espasa-Calpe. Eran casi cincuenta tomos de esa obra de la lengua española, todos en buen estado y repletos de datos científicos, históricos y toda una gama de la sabiduría universal.

Una vez que terminaba sus estudios independientes, Martita dedicaba su tiempo libre a otros quehaceres académicos, especialmente a todo lo concerniente con las ciencias relacionadas a la carrera de medicina. Aprovechaba los libros que tenía a su disposición de esa extensa enciclopedia de la escuela y se pasaba leyendo esos tomos, arrancándoles información sobre esto y lo otro. Estudiaba zoología, botánica, biología y más que todo anatomía. Cuando se cansaba de tanto leer, salía a caminar y se perdía en el huerto de toronjos y en los naranjales. Revisaba las hojas de algunos árboles, de arbustos y de matas que encontraba a su paso y tomaba notas y con aquel conocimiento recogido de las páginas de los libros, llegaba a conjeturas que para ella tenían mucho sentido.

Conforme se acercaba el verano y la conclusión de ese sexto año, Martita empezó a preocuparse, pues no había escuela secundaria alguna en las cercanías de esos ranchos en la colonia Silva o en otras colonias a kilómetros y kilómetros a la redonda. Su única opción, de acuerdo con lo que le habían dicho en su escuela a principios del año escolar, era continuar su educación secundaria en Mexicali. En aquel entonces, cuando aún tenía un año por delante para decidir eso de la secundaria, Martita había hablado con su mamá sobre el tema porque sabía que ella tenía una hermana en la colonia Industrial de esa ciudad quien le podría dar hospedaje. Su madre le comentó en ese momento que era muy posible que su hermana accediera a cuidarla y dejar que se quedara con ella y su esposo para que fuera a la secundaria.

Ese comentario, sin embargo, fue algo pasajero, una respuesta no muy bien pensada y hecha con el simple fin de decir algo porque además su mamá no pensaba que su hija iba a seguir estudiando después de la primaria. Ahora que se acercaba el momento de decidir qué hacer para que Martita pudiera asistir a la secundaria, su madre, como decían en aquellos tiempos en esas tierras, “se quitó el paro” y le dijo que hablara con su papá.

Martita se sintió destrozada. Ella necesitaba el apoyo de su mamá para que su papá la dejara ir a vivir con su tía en Mexicali y por ende poder asistir a la secundaria. Apenas tenía once años de edad, pero se sentía lo suficientemente capaz para cuidarse a sí misma y enfrentar las incertidumbres por llegar. Por otro lado, percibía que la respuesta de su padre iba a ser negativa. Algo, una canija corazonada se lo advertía.

 

AUTOR: Pedro Chávez

PRÓXIMA SEMANA: Sexta parte de este cuento.