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Las Vicisitudes de Martita, Séptima Parte

By March 23, 2016 April 10th, 2016 No Comments

Cine Curto-2FOTO: Cine Curto y otros edificios en el centro de Mexicali. Imagen del dominio público.

 

 

ÚLTIMO PÁRRAFO DEL RELATO ANTERIOR:

Luz se quedó callada. Ya se imaginaba para dónde iba la conversación. Miles de ideas empezaron a invadir su mente. Vivían felices, pensó, ella y su esposo solos en esa casa, sin nadie que interfiriera en esa aparente felicidad. Cuando estaba a punto de decirle algo a su hermana y aconsejarla sobre posibles lugares de hospedaje para Martita, Luciano interrumpió la conversación. Dijo que no faltaba más, que esa dedicada y estudiosa sobrina se podía quedar con ellos.

 

SÉPTIMA PARTE:

Aunque Luz no estaba de acuerdo que su sobrina se quedara a vivir con ellos mientras iba a la escuela secundaria, trató de disimularlo. Prefirió concentrarse en la parte positiva de la visita de una de sus hermanas que hacía años que no miraba. Se pusieron a platicar sobre todos esos detalles que casi siempre salen a flote cuando seres que se quieren se ven de nuevo. Hablaron de varios temas en torno a sus vidas, pero eventualmente la charla se enfocó en lo gastronómico, básicamente, en el menú que ambas prepararían para la cena de esa noche y para celebrar esa especial reunión familiar.

Mientras las dos hermanas platicaban y recordaban tiempos de antaño, Luciano y Martita se fueron al cuarto contiguo, al taller donde ese tío político se ganaba el pan de cada día arreglando planchas, radios y otros enseres domésticos. Martita insistió. Quería ver de cerca esos aparatos eléctricos cuya existencia sólo conocía a través de reseñas en revistas o por medio de cosas contadas por maestros y otras personas. Eso sí, ella sabía de radios, especialmente de aquel singular aparato que mil veces había escuchado en su casa, el que sólo funcionaba cuando estaba conectado a una tremenda batería, casi del mismo tamaño que ese gran armatoste.

Cuando Luciano trató de explicar la función de los bulbos, Martita lo interrumpió y le dio una extensa disertación sobre los principios de la electrónica. A pesar de no haberlos visto antes de cerca, sabía mucho sobre física y otras ciencias relacionadas con esos artilugios. Habló de los gases herméticamente encerrados en esos bulbos y de las funciones electrotérmicas que cada uno de esos dispositivos tenía para recibir y transmitir electricidad. Inicialmente, Luciano se sintió incómodo, pues poco entendía lo que esa niña de apenas once años de edad decía. Pero toda esa información científica tenía sentido, se dijo a sí mismo, aunque nunca antes había sido explicada de tal manera. Así que en lugar de fastidiarse, más bien decidió ser franco con su sobrina y revelar que desafortunadamente él ignoraba ciertos datos y teorías que regían el funcionamiento de los aparatos que él reparaba.

“Mira, Martita”, le dijo en tono campechano, “yo no sé de muchas de esas cosas de las que hablas, pero debería saberlo. Lo único que yo hago es soldar esto y lo otro, componer botones y otras cosas y asegurarme que todo lo eléctrico funcione. Pero me gustaría aprender algo sobre la parte científica. Espero que tú me ayudes”.

“¡Oh, no, por favor, tío!”, exclamó la joven, “no era mi intención hacerme pasar por una sabelotodo, ni ofender a nadie”.

“No te preocupes, hija, en realidad tengo que decirte que me asombraste con tanto conocimiento y más que todo porque lo sacaste de los libros”, le dijo. Martita se echó a reír y de nuevo se disculpó. Luciano agregó que no tenía porqué disculparse y que más bien se sentía muy orgulloso de tener una sobrina tan inteligente.

“Ay, muchas gracias”, le respondió Martita y le pidió que le mostrara el resto de los aparatos en ese taller.

Los dos, tío y sobrina, se entendieron de inmediato, se cayeron bien el uno al otro. Luciano tenía una paciencia de santo, una disposición cordial y sincera y sabía explicar las cosas sin andar con rodeos. La sobrina, Martita, era chispa y esponja a la vez; una joven llena de vida y con ganas de aprender y entender el porqué de las cosas. El oficio de ese tío que ella apenas empezaba a conocer, en cierta forma, le brindó una gran oportunidad para ver la ciencia en acción, pues cada uno de esos enseres que él reparaba escondía un mundo mágico, pero a la vez científico.

Después de que la sobrina pasara casi una hora hurgando en todos los rincones del pequeño taller, Luciano y Martita se regresaron a la sala de la casa a reunirse con Luz y María. Las dos seguían completamente sumergidas en recuerdos de antaño, aludiendo a travesuras de niñas, a pleitos en la escuela y a obsesiones y amores imposibles. Estaban tan entretenidas que se les había olvidado eso del menú y de lo que iban a preparar para comer esa noche.

“Aquí estamos todavía, puro güiri güiri”, dijo María al verlos.

“Ya veo”, respondió Luciano y agregó que eso era de esperarse, especialmente después de tener ellas tantos años sin verse.

“Ay, manita, se nos olvidó lo de la cena”, grito Luz. Las dos hermanas se levantaron del sofá donde se encontraban despreocupadas y de inmediato empezaron a discutir sobre qué preparar para la comida de esa noche.

“No van a tener que preparar nada”, dijo Luciano. “Martita nunca ha estado en un cine elegante, como el Cinema Curto. Se me ocurrió que deberíamos ir a ese cine esta noche, ¿qué les parece?”. Agregó que en lugar de comer en casa, podrían comprarse unas tortas en la calle y llevárselas al cine. Explicó también que tenía muchas ganas de ver la película “Marabunta”, la cual se exhibía de nuevo en ese teatro.

Les pareció buena la idea a las dos hermanas, pero más que todo a Martita. Aunque había tenido la oportunidad de disfrutar de dos o tres películas de largo metraje en las cercanías de la colonia Silva, todas esas exhibiciones se habían hecho al aire libre. Sabía bien de esos cines de Mexicali y de los lujos de los mismos, ya que varias de sus amigas habían estado en algunos de ellos y se lo habían contado.

Los cuatro se fueron hacia al centro del pueblo y rumbo al cine en un auto viejito, pero bien cuidado. Era de marca Plymouth, de los años cuarenta y tantos. Luciano lo había comprado a principios de los años cincuenta en el valle Imperial, antes de que se devaluara el peso. Era su juguete y su tesoro. Lo quería montones. Una vez en el centro de la ciudad, lo estacionó cerca del cine y de allí se fueron a pie hacia la catedral, la iglesia de Guadalupe, pues al lado de ese lugar se concentraban los vendedores ambulantes. Se compraron cuatro tortas de bolonia y queso, con bastante aguacate y con el resto de los ingredientes de rigor. Repartieron las tortas entre las dos bolsas de mano de las dos mujeres adultas y allí las escondieron, pues no se permitía ese tipo de comida dentro del cine. Era algo, sin embargo, que mucha gente hacía. El público mexicalense casi siempre prefería comer tortas y otros antojos en lugar de las tradicionales palomitas de maíz que ofrecían los cines.

Pasaron también por la nevería Blanca Nieves, ubicada a pasos de la iglesia. Fue una sorpresa que Luciano ya traía en mente. Martita se sentía incómoda con tanto gasto que hacía su tío, pero él insistió y los cuatro disfrutaron de deliciosas y suculentas creaciones con nieve y frutas. Después se fueron al cine. Era un teatro enorme con una gran entrada alfombrada. Las paredes estaban decoradas con finos tallados y relucientes faroles dorados. En ese entonces, sólo se exhibían películas en blanco y negro, muchas de ellas en inglés con subtítulos en español. La que estaban por ver era una de ésas del país vecino, protagonizada por Charlton Heston y Eleanor Parker. En español se le llamó “Marabunta”, en inglés “The Naked Jungle”.

Ver una película en el cine Curto fue una experiencia que nunca olvidó Martita. Pero tampoco llegó a olvidar los hechos que ocurrieron ese día, antes de ir al cine. Para siempre recordó esa primer visita hecha al pequeño taller del tío y a ese paseo en auto sobre asientos suaves y lujosos. Tampoco se olvidó de los helados de la nevería Blanca Nieves o de las tortas que se comieron a escondidas dentro del cine. Para siempre también recordó ese teatro de lujo y la película de esa noche, un drama fílmico basado en Brasil, en cuyo argumento un ejército de hormigas se devora la selva y todo lo que se encuentra en su pasar, incluso a seres humanos.

Pero entre todos esos recuerdos y esas experiencias inolvidables, ocurrió algo que de inmediato afectó a Martita y la motivó a tomar una importante decisión. Después de esa angustiosa coyuntura por la que pasó al tener que estar leyendo los subtítulos en español en lugar de disfrutar de las imágenes en la pantalla, la joven decidió aprender inglés y hacerlo lo más pronto posible.

 

AUTOR: Pedro Chávez

OCTAVA PARTE: Será publicada dentro de una o dos semanas.