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Las Vicisitudes de Martita, Octava Parte

By April 18, 2016 No Comments

Secundaria 18 de Marzo MexicaliFOTO: Imagen reciente de la escuela Secundaria Federal Número 1, 18 de Marzo de 1938, en Mexicali.

 

ÚLTIMOS DOS PÁRRAFOS DEL RELATO ANTERIOR:

Ver una película en el cine Curto fue una experiencia que nunca olvidó Martita. Pero tampoco llegó a olvidar los hechos que ocurrieron ese día, antes de ir al cine. Para siempre recordó esa primer visita hecha al pequeño taller del tío y a ese paseo en auto sobre asientos suaves y lujosos. Tampoco se olvidó de los helados de la nevería Blanca Nieves o de las tortas que se comieron a escondidas dentro del cine. Para siempre también recordó ese teatro de lujo y la película de esa noche, un drama fílmico basado en Brasil, en cuyo argumento un ejército de hormigas se devora la selva y todo lo que se encuentra en su pasar, incluso a seres humanos.

Pero entre todos esos recuerdos y esas experiencias inolvidables, ocurrió algo que de inmediato afectó a Martita y la motivó a tomar una importante decisión. Después de esa angustiosa coyuntura por la que pasó al tener que estar leyendo los subtítulos en español en lugar de disfrutar de las imágenes en la pantalla, la joven decidió aprender inglés y hacerlo lo más pronto posible.

 

OCTAVA PARTE:

Antes de que madre e hija se regresaran al rancho el siguiente día, se acordaron varios detalles entre todos ellos. Se determinó, más que todo, que Martita se vendría a vivir a Mexicali a mediados del mes de agosto, pues era imprescindible que se matriculara en la escuela a tiempo. Se acordó también que la mejor opción para esos estudios era la Secundaria Federal No. 1, 18 de Marzo de 1938, más bien conocida como Secundaria Dieciocho. Era la escuela secundaria más cercana.

Una vez desayunados, se fueron los cuatro en el carro de Luciano a la terminal de autobuses en el centro de la ciudad, donde María y su hija se montaron en un camión que las llevaría a la colonia Silva. Fue una despedida sin muchas emociones, a pesar de que ambas familias tenían tiempo sin verse, porque sabían que se verían de nuevo pronto y que dichas reuniones entre ellos se repetirían en múltiples ocasiones una vez que la hija de María viviera con Luciano y Luz.

Tanto el papá como casi todos los demás en la familia de Martita, todavía dudaban que esa hermana o hija fuera a dejar ese rancho para irse a estudiar a Mexicali. Estaba muy chica, decían, estaba loca. Si se llegara a ir, también argüían, pronto se regresaría, pues de seguro le iba faltar estar con su familia y ese lugar donde nació y le dio rienda suelta a su vida. La mamá, sin embargo, era de otro parecer. Después de notar el singular aprecio mutuo que se vislumbraba entre su hija, su cuñado y su hermana, durante ese día y medio que había durado la visita a esa casa, ella estaba casi segura que su hija no iba a tener problema alguno para adaptarse a ese segundo hogar.

Para Martita, por su parte, el irse a Mexicali a vivir con sus tíos para poder asistir a la escuela secundaria no auguraba ningún tipo de dudas u otras incertidumbres. Para ella eso era ya un hecho. Su preocupación más bien tenía que ver con una gran lista de detalles que requerían su inmediata atención, pues le quedaba poco tiempo para realizarlos.

En primer lugar, tenía que prepararse para su graduación del sexto año escolar; ya sólo faltaban cuatro semanas para que eso aconteciera. Tenía también, entre otras cosas, que dialogar con el director de su escuela para que le prestaran la enciclopedia que desde hace tiempo había encontrado un conveniente lugar en su casa. Necesitaba esos tomos para seguir estudiando y seguir leyendo sobre una cosa y la otra durante el verano, para prepararse bien para las clases de la secundaria.

En segundo lugar, tenía que comunicarse con el personal de la dirección de la Secundaria Dieciocho para que le indicaran qué tenía que hacer para matricularse a tiempo y así evitar retrasos en ese proceso. Quería estar segura que le apartaran un cupo en dicha institución educacional.

Para su gran sorpresa, el director de su escuela primaria conocía bien al director de la Dieciocho. Él se lo dijo a Martita el día que ella fue a esa oficina a pedir que le prestaran la enciclopedia y a comunicarles a los interesados su intención de matricularse en ese centro de educación secundaria en Mexicali.

“Es mi amigo, fuimos compañeros de escuela en el Distrito Federal”, le explicó el director. Le dijo también que con gusto lo llamaría y le pediría que le guardara cupo en esa escuela. Martita se quedó casi muda, pues nunca que se imaginó que hubiera esa relación entre esos dos directores.

“No sé que decir”, contestó la joven. “Es increíble…”

“No te preocupes, Martita”, la interrumpió y agregó que para él había sido un honor tenerla como estudiante.

“Te voy a contar algo, hija. Espero que entiendas lo que te voy a decir y que no tomes a mal ninguno de mis comentarios”. Le explicó que a pesar del buen desempeño escolar que ella había demostrado durante todos esos años, él presentía que toda esa entrega y esa dedicación hacia los estudios desafortunadamente desaparecerían una vez que ella concluyera la escuela primaria.

“No te quiero desanimar, pero es muy difícil para que una mujer pueda seguir estudiando después de la primaria”, agregó. “Pero tú eres un caso diferente, no cabe duda. Tú nos has demostrado a todos que tienes no sólo la capacidad intelectual para estudiar cualquier cosa que te propongas, sino la determinación para llevar a cabo tus sueños”.

Martita escuchó atentamente los comentarios del director. Se sintió honrada. Pero por otro lado, ese parecer no la sorprendió, pues era la misma expectativa perniciosa que había escuchado por varios años, provenientes de una infinidad de personas que no creían en lo que ella se proponía hacer con su vida.

“Entiéndeme, por favor, hija. La mayoría de los estudiantes de estos rumbos se quedan en la escuela por dos o tres años, después la abandonan. Prefieren trabajar en el rancho en lugar de estudiar”, agregó. “Casi todos los que logran graduarse, también terminan en los campos agrícolas, generalmente por el resto de sus vidas. De vez en cuando uno de esos muchachos logra seguir estudiando, pero esos son casos contados y hasta la fecha todos ellos han sido hombres”.

Martita seguía callada. Se medio asombró al escuchar tantas explicaciones por parte del director, pero en cierta forma todo eso a ella no le importaba. A pesar de sus escasos años de vida y su limitada experiencia, la joven había aprendido que no era provechoso dejarse llevar por las opiniones negativas de los demás. Por ahora lo que más le urgía era pedir prestada la enciclopedia.

“Quiero agregar que me siento muy orgulloso por haberte tenido como alumna en nuestra escuela. Sé que vas a llegar muy lejos en eso de los estudios, a la mejor no como doctora, porque a veces uno cambia de parecer con el pasar del tiempo, pero estoy seguro que vas a seguir estudiando y que eventualmente vas a conseguir un título profesional”, continuó el director. “Eres muy estudiosa y muy tenaz y tienes una capacidad inusitada para comprender cosas que a la mayoría de nosotros nos cuesta mucho entender”.

“Gracias, señor director. Muchas gracias. Sólo venía a pedirle algo”, dijo Martita.

“¿Qué se te ofrece hija?”.

“Se trata de la enciclopedia, la que tengo en mi casa, pero que es de la escuela, la que tengo que regresar antes de que se acaben las clases”, explicó la joven. “Quiero pedir permiso para quedarme con ella durante el verano, pues hay mucho que me queda por investigar en esos tomos”.

El director se rió. No sabía que a Martita le habían prestado la enciclopedia. Según él, todos esos libros permanecían aún amontonados y empolvados en uno de los rincones de su oficina.

“Me da gusto que sirvan de algo esos libros”, contestó el director en tono afable. “Además, te puedes quedar con ellos, ya que el próximo año nos llega una edición nueva, también de Espasa-Calpe”. Agregó que era un placer obsequiarle la enciclopedia en nombre de la escuela, porque estaba consciente que ella la aprovecharía en sus estudios.

Martita no lo podía creer. Le dijo gracias al director repetidamente, empuñó sus manos varias veces y eventualmente salió corriendo de esa oficina. Le contó lo ocurrido a su maestra, también a unas compañeras. Todas ellas la felicitaron, aunque para casi todas ellas eso de la enciclopedia tenía poco valor. Al llegar a su casa, acomodó todos los tomos de la enciclopedia sobre su cama. Después invitó a todo aquel que se encontró en su camino a que vinieran a ver algo espectacular que les quería mostrar. Les gritó y les dijo que vinieran a ver algo de gran valor en ese cuarto. Nadie se imaginaba a qué se debía tanto alboroto.

“¡Me regalaron la enciclopedia!”, gritó Martita. “¡Es mía!”.

 

AUTOR: Pedro Chávez

LA NOVENA PARTE será publicada dentro de una o dos semanas.