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Los Ricos Tamalitos Ticos

By June 9, 2016 July 25th, 2016 No Comments

Invitada Tamal_3

IMAGEN: Tamal tico, sacada del Internet para ilustrar el relato. Foto propiedad de “Sabores en Línea”.

 

Me encanta comer tamales, especialmente los mexicanos, como los que preparaba mi mamá. Gorditos y bien amarrados, para que nada de ese sabor a cielo se escapara del centro de esos tesoros culinarios. Protegidos también con varias capas de hojas de maíz. Tamales al estilo Michoacán, de esa tierra, la de mi madre, bien enchilosos los canijos. Tamales mexicanos con sabor a pueblo, para ser disfrutados en familia y preparados con diestras manos de gentes acostumbradas a meterle amor a todo lo que se hace. Tamales de mi tierra que fueron exportados a cien mil lugares donde nosotros y nuestras familias nos hemos ido a buscar chamba y un mejor futuro. Incluso a esta tierra de gringos.

Pero también me gustan los tamales de otros pueblos, aunque no tengan chile o no se encuentren embarrados con sabor a México. Me gustan porque los he comido y porque he aprendido a apreciarlos por lo que son: diferentes. Por ejemplo, los tamales de la tierra de mi esposa (la tica), los de Tiquicia (Costa Rica), los de fin de año, de la época navideña. Esos sí que son diferentes. ¡Imagínense! Los envuelven con hojas de las plantas de plátano (banano). Pero son sabrosos, no cabe duda, una vez que uno se acostumbra a ellos.

Prepararlos tiene su gracia también y no todo mundo sabe cómo hacerlos o tiene la disposición para elaborar esos tamales ticos, porque esos antojos no son fáciles de confeccionar. Lo digo por experiencia. Allá por la Navidad del mil novecientos noventa y tres, cuando por cosas de la vida que pasan cuando uno anda con el gusanito aventurero metido en las venas y cuando vivíamos en San José, a mi esposa se le metió la idea de preparar una ronda de tamales de su tierra. Según ella, teníamos que tenerlos para seguir la tradición de ese lugar donde hasta el más pobre te invita un tamalito (hecho por ellos mismos).

Como buen esposo y amante empedernido de mantener la paz en el hogar, y como un can obediente, acompañé a mi esposa al mercado central con el objetivo de ayudarle a cargar con las compras de los ingredientes para dichos tamales. Allí anduve yo junto a ella, metido en ese mercado que para fin de año se convierte en un bazar endemoniado, repleto de gente alocada buscando esto y lo otro para preparar los platillos predilectos de la época. Cada vez que compraba algo mi esposa me lo pasaba para que yo lo cargara. Yo metía lo adquirido dentro de dos bolsas fuertes que de antemano había traído de la casa. Al principio fue fácil mi tarea, pero conforme transcurrió esa epopeya, mis brazos empezaron a sentir los estragos causados por esa carga. No era para menos. Todo era en kilos. Carne de cerdo, manteca, chicharrón, hojas, masa, garbanzos, etc., etc.

Cuando ya me sentía medio alegrado porque presentía que la compradera había llegado a su fin y ni lerdo ni perezoso me preparaba a buscar un taxi para que nos llevara a casa, mi esposa me dice que faltaban las alcaparras. Las había buscado por todos lados, pero nadie las tenía, me dijo. Mencionó también que un tamal sin alcaparras no era tamal, por lo cual las tenía que comprar a como diera lugar.

“Está bien”, le dije, “pero tú vas y las buscas. Yo te espero aquí”.

Me senté en el suelo y allí la esperé. Varios minutos después regresó con dos frascos de las benditas bolitas (alcaparras) en una de sus manos. Se miraba feliz mi esposa. Así es ella, es una chef perfeccionista. De acuerdo con lo que ha repetido en varias ocasiones, la receta es la receta y hay que seguirla al pie de la letra. Eso sí, los tamales salieron a todo dar, a pesar de que yo le ayudé a amarrarlos y no hice muy bien mi labor.

Por supuesto, también ayudé a comerlos. Tengo que confesarlo, quedaron riquísimos esos tamales ticos. Aunque no tuvieran chile.

 

AUTOR: Pedro Chávez