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Cocinero a la Fuerza

By August 14, 2016 2 Comments

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IMAGEN: Sopa de tomate con camarones y trocitos de pan a la Pedro Chávez, la que preparé el sábado pasado por la noche.

 

Tengo ganas de escribir, pero estoy medio cansado. Hoy es sábado por la noche y estos días antes del domingo, tengo que confesarlo, son tremendos. Especialmente ahora que hace un calorón por acá en el norte de Texas, aunque allá en mi tierra, en Mexicali, esta temperatura no es nada. Allá sí hace calor. Los de mi terruño, esos sí son calorones. Pero así es, todo es relativo.

Menciono lo del cansancio de los sábados porque a pesar de tener setenta años de edad bien cumplidos, todavía ando trabajando. No es que me haga falta el dinero; lo hago porque aún tengo montones de sueños que cumplir, montañas que escalar, negocios que empezar y lograr que los mismos triunfen. Así soy yo: viejito, pero repleto de ganas de andar persiguiendo ésta y otra meta. Acá entre nos, yo creo que así somos muchos de nosotros, los que nacimos y crecimos en ese lugar fronterizo, en la tierra cachanilla. Somos bien soñadores y a veces bien tercos.

Pero tengo también algo más que confesar, este relato lo empecé a escribir el sábado pasado, pero por el cansancio me quedé en esa ocasión dormido sobre el teclado de mi Mac, y si no hubiera sido por las patadas que me dio Oreo, el perrito que era de mi hija pero ahora es mío, allí me hubiera quedado por varias horas. Así es cuando uno está cansado, una vez que nos echamos a dormir, nada nos despierta, excepto, en mi caso, por las patadas de un perrito casi miniatura que diría yo es igual de terco que nosotros los cachanillas. Cuando se da cuenta que las cosas no andan bien, empieza a dar patadas.

Regresando al tema del relato, déjenme decirles que en ambas noches, la del sábado pasado y la de hoy, me he alimentado bien. Y la comida la preparé yo mismo, a pesar de estar cansado y llegar a la casa con ganas de que alguien me sirviera una de esas suculentas cenas que sólo mi esposa, la señora Picapiedra, sabe preparar. Ella no está aquí ahora, desafortunadamente, anda en Costa Rica cuidando a su papá de casi cien años de edad, y a su hermano mayor de casi ochenta, quienes requieren de un familiar cercano que los ayude. Ella y otras dos hermanas se toman turnos para cuidarlos.

Yo no me quejo, pues es algo que por tradición nosotros los que hablamos la lengua de Cervantes hacemos con gusto: cuidar a nuestros viejitos. Es lo correcto. Digo yo.

Esa separación entre mi esposa y yo me ha ayudado a ser más chispa en eso de la cocina. Pero no se lo vayan a contar a Vilma (Picapiedra) porque después va querer que la deleite con esos platillos que según yo son buenos, pero a la mejor no son así. De todas maneras, como dicen los chilenos, déjenme contarles, lo que preparé el sábado pasado y esta noche fueron platillos dignos de los más exigentes paladares gringos. De esos acostumbrados a la comida rápida, pero buena.

El menú de hace una semana fue algo cachanilla tirando a Sinaloa. De nuestro pueblo porque lo preparé con lo que había, pero de ese estado costeño por los mariscos. Descongelé doce camarones grandototes y los cociné dentro de la ollita donde calentaba una sopa de tomate (de lata) marca Campbell’s. Le agregué el pico de gallo que me había sobrado la noche anterior y serví ese invento con trocitos de pan viejo que guardaba en la refri. En nuestra casa nada se desperdicia. Acompañé la sopa con una pequeña ensalada verde: lechuga, zanahoria, tomate y aceitunas. Como siempre, bajé esa comida con varias copitas de vino tinto (del barato, pero bueno).

Esta noche varié el menú. Me fui del mar a la tierra. Corté en trocitos un filete que había sobrado de la carne asada del miércoles. Los calenté en el sartén. Preparé un colorido pico de gallo: tomate picado, cebollita verde, cilantro, trocitos de jalapeño y pepino. En un plato grande coloqué los trocitos de carne, un poco de ensalada verde con poquito aderezo y unas rodajas de pepino rociadas con limón y chile en polvo. A la mexicana. Como me gustan mucho las tortillas de harina, a pesar de que engordan las canijas, calenté dos de ellas y después de verlas que se inflaran bien bonito, las rellené con carne, pico de gallo y ensalada. Estuvo requete buena esa comida. Y fue fácil de preparar.

No me acabé el pico de gallo, pero eso no es problema. Lo pienso aprovechar en el desayuno de mañana. Voy a preparar la usual torta de huevo con salchicha, jamón y queso que por regla cocino todo los días que estoy libre. Encima le voy a echar esa verdura picada que sobró y un poco de Clamato. Va a estar bien sabrosa esa torta de huevo a lo cachanilla. Ya me la imagino.

 

AUTOR: Pedro Chávez

 

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