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La Obsesión del Cara de Sapo

By August 19, 2016 April 21st, 2018 One Comment

Pedro, secundariaIMAGEN: Un servidor, Pedro Chávez, en 1961, el año que me gradué de la secundaria.

 

Ésta es una nota jocosa. Es que ando contento. Pues hoy se imprimió la primera edición de una publicación de nombre Megatrato que es más bien de anuncios que de periodismo, pero que igual regocijo me causó. Es bonito ver el periódico de uno ser publicado por una de esas prensas rotativas. Pero después les platico sobre este dichoso evento.

Por ahora, aprovecho este estado eufórico para contarles sobre un suceso menos trascendental, pero en lo personal mucho más significativo que eso de ver miles y miles de periódicos bailar sobre mil y un baleros conforme se dirigen al final de su ruta.

Se trata de una obsesión de jóvenes, de una locura de chamacos, algo que sucedió cuando me atreví a perseguir un amor inalcanzable, pues andaba detrás de una de las chicas más bonitas de la escuela. Se trata también de algo que ocurrió cuando cursaba el tercero de la secundaria Nocturna Treinta, allá en mi terruño (en Mexicali), y para ser más exacto, en la colonia Cuauhtémoc.

Resulta que me llegó a gustar montones una muchacha de nombre Aidé quien cursaba el segundo año de esa escuela. Estaba requete chula la canija. Era medio blanca, de pelo lacio, delgadita, y de buen porte. Yo tenía apenas catorce años de edad y de acuerdo con lo que aprendí años después, estaba bien menso todavía en las cosas del amor. Aún creía en los cuentos de hadas y en eso que uno lee en los libros, que al final de la fábula todo mundo vive feliz y que todas esas fantasías terminan con un colorín colorado.

Con el pasar de los años me puse más listo, pero acá entre nos, he sido igual de menso cuando de mujeres se trata. Lo digo porque es la verdad. Nosotros los de giro romántico como yo, sí que creemos en la luna y las estrellas y en el sauce y la palma que se mecen con calma, como dice la canción. Ah, pero sí que es bonita esa euforia, esa locura de nosotros los romanticones.

Regresando al relato de la chica Aidé, déjenme contarles que andaba tan obsesionado con ella que una noche de esas (era una escuela nocturna) me animé a enviarle un mensaje por medio de una de sus compañeras, una tal Leonor. Le pedí que le dijera esto y lo otro, que me gustaba montones y que quería que fuera mi novia. Así, a calzón quitado fue mi mensaje. Cuando uno anda bien obsesionado, uno no anda con rodeos.

Antes de contarles el desenlace de este asunto, me gustaría comentar sobre algo que a través de los años me ha hecho reflexionar. ¿Porqué mejor no le pregunté a ella, a Leonor, que saliera conmigo? Después de todo, era simpática esa chamaca, de no tan mal parecido, alegre. Lo digo porque años más tarde repetí el error, una y otra vez, y desperdicié un montón de oportunidades (como dicen) de bailar con la menos bonita. ¡Que desperdicio!

Bueno, pero ése es otro rollo. Es sólo una reflexión. Hago hincapié en ello con sólo un fin en mente: afirmar lo que pregona un conocido refrán. “Nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido”.

Ahora sí ya viene el desenlace. La noche siguiente busqué a Leonor, esperando una respuesta positiva por parte de Aidé, la joven anhelada que según yo era de ensueño. Esperaba con ansias el dictamen. Después de todo, para ese entonces mi obsesión sobre ella ya se había convertido en una irremediable locura. La buscaba por todos lados, en la escuela, en la calle, en los alrededores de esa colonia, frente a su casa. No recuerdo cuántas veces la busqué. Y no podía parar de pensar en ella.

Al igual que en todos los sueños que terminan de repente, a media noche o en la madrugada, cuando uno abre los ojos y se da cuenta que todo aquello que se vio en ese mundo quimérico era irreal, el mensaje de Aidé me cayó como un balde de agua fría. Eso sí, me curó para siempre de esa insensata obsesión. Fue causa también de una curiosidad que ya tiene más de cincuenta años de haber sido engendrada. De vez en cuando, al mirarme en el espejo, recuerdo lo que dijo y espero ver reflejada en ese cristal la imagen descrita en su respuesta. Pero hasta la fecha no lo he podido comprobar. Sigo siendo el mismo, de acuerdo con lo que veo en dicha reflexión. Eso sí, estoy mucho más viejo, pero sigo siendo el mismo. Por supuesto, generalmente nosotros, los seres menos atractivos, nos vemos a sí mismos con ojos más cordiales y agasajadores que como nos ven los demás. Y posiblemente sea por ello que a la mejor si tenga yo un parecido a esa imagen que Aidé tenía de mí.

“Dice que te olvides, que estás muy feo para andar con ella”, mencionó Leonor. “Dijo también que tienes cara de sapo”.

Colorín colorado.

 

AUTOR: Pedro Chávez

 

 

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