AnécdotasEspañol

Las Sorpresas en las Cajitas de Cracker Jack

By August 24, 2016 January 11th, 2019 No Comments

Cracker Jack

IMAGEN: Bolsita vacía de Cracker Jack, cuyas palomitas de maíz caramelizadas fueron recientemente consumidas por un servidor.

Van a tener que disculparme, pero voy a contarles otro relato acerca de algo que tuvo para mí gran importancia en aquellos ayeres cachanillas, cuando estaba chamaco y gozaba los vaivenes de la vida en el pueblo que me vio nacer y crecer: en Mexicali, Baja California, México. Se trata de un asunto que con suerte tiene también que ver con muchos de ustedes, pues está relacionado con aquellos premios que salían en las coloridas cajitas de palomitas de maíz con sabor a cacahuate (maní) y que estaban endulzadas con caramelo: las inolvidables golosinas de marca Cracker Jack.

Sé que todavía se venden esos confites, pero hacía tiempo que no me había deleitado con ese sabroso antojo. La semana pasada tuve la oportunidad de consumir un buen puñado de esas palomitas caramelizadas, aunque venían en una bolsita en lugar de la usual cajita. La obtuve durante un evento para atraer clientes que organizó la empresa donde trabajo. Me encontré dicha bolsita de Cracker Jack dentro de una gran caja con todo tipo de papitas fritas empaquetadas. Esos aperitivos eran parte del menú de dicho evento, cuyo plato fuerte estaba constituido por las tradicionales hamburguesas y perritos calientes.

Generalmente trato de no comer ese tipo de antojadizas “cochinadas” por eso de la interminable dieta. Acá entre nos, con solo oler esas golosinas aumento de peso. Pero siempre recojo bolsitas de esto y lo otro cuando son parte del paquete de la comida comprada o son regalados durante eventos como los del lugar donde me empleo. Le llevo esos paquetitos a mi esposa (la señora Picapiedra) porque ella sí consume esas chucherías y nada que le afectan su peso. Está bien delgadita esa Vilma.

Con eso que ella anda en Costa Rica en su visita anual, la tentadora bolsita de Cracker Jack se quedó por casi una semana sobre uno de los muebles que constituyen la cocina. La dejé allí en caso que llegara nuestra hija y se le antojara. Antes de que esa visita sucediera, se me antojó a mí, no tanto por comerme las palomitas caramelizadas, sino por detalles que más bien tienen que ver con la sugestiva curiosidad. En la bolsita se anunciaba que había un premio adentro. Antes de regresar al tema principal de este relato, déjenme decirles que esas palomitas estaban a todo dar.

Lo del premio fue “un atraco”, como dice mi esposa. Era un papelito que había que destapar para saber si se ganaba algo o no. No gané nada. Eso sí, buscar esa recompensa dentro de esa bolsita de Cracker Jack me trajo gratos recuerdos de mi infancia. Las cajitas de ese producto y las cajas de cereales (corn flakes) que se vendían en aquel entonces, tenían ese toque magistral: casi todas traían seductores juguetitos escondidos en el interior de esos paquetes. Eran tan cautivadores esos avisos en las cajas de dichos productos que en incontables ocasiones me tocó observar en el supermercado los renuentes berrinches de chamacos malcriados, afanados en que se comprara esto y lo otro sólo para recibir los benditos premios anunciados por fuera de la mercancía.

En nuestro caso, los niños Chávez García no teníamos la opción de armar rabietas en lugares públicos, pues nuestra madre era cortada a la antigua y con sólo una mirada amenazadora hacía que nos portáramos bien. Eso sí, cuando nos pillaba en uno de los pasillos de la tienda, observando, casi con lágrimas en los ojos, esas coloridas cajitas (de palomitas endulzadas), adornadas con la imagen de un niño vestido de marinero y con su perrito al lado, estoy casi seguro que se le partía el corazón. Lo digo porque recuerdo como si hubiera sucedido el día de ayer, que en varias ocasiones nos compró dos o tres cajitas de Cracker Jack para que los compartiéramos entre todos.

La mayoría de los premios no eran para tanto, aunque se miraban bien chulos en las imágenes que los anunciaban. Un juguete que sí me gustó montones lo saqué de una caja de cereal. Era un avioncito de plástico, de buen tamaño. No estaba pintado, pero se miraba requete chulo el canijo. Lo amarré en la antena de mi bicicleta y le agregué unos listones de varios colores que me encontré en el cuarto de costura de mi mamá. Anduve por mucho tiempo con ese adorno en esa antena por todas las calles de Mexicali. Todo mundo tenía que ver con ese avioncito y esas coloridas cintas.

Un día de esos noté que tanto el avión como los listones que lo acompañaban habían desaparecido. Estoy seguro que alguien se los clavó.

AUTOR: Pedro Chávez