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Somos Gente de Pueblo

By September 30, 2016 December 30th, 2022 No Comments

calexico-mexicali-1940sIMAGEN: Entrada a México (y a Mexicali), viniendo de Calexico, en el lado americano.

SOMOS GENTE DE PUEBLO

Era bonito ese Mexicali de los años cincuenta. Pueblerino, chiquito, a la antigua. Yo creo que en esos tiempos existían muchos otros pueblos parecidos en nuestra América Latina. Todos ellos bonitos y llenos de vida familiar. Lugares en donde todo mundo se conocía y se daba la mano. Digo yo.

En el México de entonces, el peso estaba al 12.50 por un dólar. Era el peso de antes, el que eventualmente se llenó de ceros. Era valiosa esa moneda, más que todo en esa zona fronteriza en donde yo nací y crecí. Eran buenos esos pesos y se compraba mucho con ellos, especialmente en el otro lado (en Calexico). Allí los aceptaban como si fueran de oro.

Mi terruño (Mexicali) era la capital de Baja California, un territorio mexicano que tenía pocos años de haberse convertido en estado federal. Estaba medio desconectado del resto del país. Vulgarmente dicho, nadie nos pelaba. Yo creo que fue por eso que aprendimos a gobernarnos a sí mismos y a hacernos medio independientes. Creo también que hasta la fecha somos así, gente de pueblo, pero listos para defender lo nuestro.

Yo crecí, mayormente, en la colonia Cuauhtémoc, no muy lejos de la línea divisoria entre México y Estados Unidos. Allí viví desde los cuatro hasta los dieciséis años de edad. Allí también me formé y aprendí a ser cachanilla (mexicalense). Acá entre nos, eso de cachanilla se aprende. No es necesario haber nacido en Mexicali para serlo. Un día de estos les platico porque digo lo que digo.

Mi colonia era requete chula, a pesar de un montón de inconvenientes. Sus calles, por ejemplo, eran de tierra. Cuando llovía esas vías se convertían en tremendos lodazales. Eso sí, habían árboles por todos lados, los polvorientos pinos salados. Montones de chicharras también. Se prendían de los troncos de los mesquites y allí se la pasaban cantando hasta que se morían. Que ruidosas eran esas canijas.

En ese valle, el oro blanco, el algodón, regía y era nuestro orgullo. Habían despepitadoras por todos lados. La Jabonera era la reina de ellas y también la doña del jabón y de las aguas negras, las que se desplazaban a través de un inmundo barranco que tenía como punto de origen en dicha planta industrial. Entre paréntesis, yo nací junto a él, a pocos metros de ese barranco que llevaba esas aguas, no muy lejos de la avenida Lerdo.

En esos ayeres, muchos rancheros todavía lucían carros del año y paca tras paca de pesos en sus bolsillos después de la pizca. Eran buenos tiempos aquellos. Teníamos lana. Los cachanillas, los que teníamos pasaporte local, cruzábamos la línea para ir de compras a Calexico. Allí dejábamos muchos de nuestros pesos. Increíbles esos gringos, nos esperaban con las manos abiertas. Con dinero baila el perro, como decía Piporro.

Bonitos tiempos aquellos. Todo mundo sabía el nombre de cada quién, especialmente en las tienditas de las esquinas de nuestra colonia. En esos negocios comprábamos las chucherías que no se vendían en el lado gringo porque no era rentable tenerlas. Abarrotes como pan dulce, recién hecho, aún con sabor a horno. O canela, cilantro, piloncillo y otras mercancías requeridas por nuestras mamás. También íbamos a esas tienditas por eso de la plática. Allí se hablaba y se sabía de todo. De política, de chismes, de las radionovelas.

Que chulos esos tiempos. Sencillos, inocentes, quiméricos. Pero eventualmente se empezaron a agregar y agregar colonias a ese pueblo: la Pro-Hogar, la número uno, la dos, la tres, hasta llegar al infinito. Después vino la Alamitos, también con montones de adiciones. Después otras colonias y otras más.

Me cuentan que mi tierra sigue creciendo, creciendo montones y que es ahora un monstruo metropolitano. Que tiene esto y lo otro y calles y más calles, y carros y carros por todos lados, que ya nadie se conoce y que más bien me olvide de esos pinos salados o de las chicharras porque los únicos que cantan algo ahora son los pitos de los carros, porque la gente anda desesperada. Los tiempos han cambiado me cuentan; insisten que mi tierra ya no es la misma.

Yo medio lo entiendo, pues yo también he cambiado. Aunque por dentro sigo siendo igual que antes. Algo me dice que mi pueblo es también así, igual que yo. Igual de sencillo, de sincero, de pueblerino. Aunque Mexicali se encuentre rodeado de tanto progreso. Es que lo que se lleva por dentro no cambia, de eso estoy seguro, especialmente en gente como la que somos nosotros, los cachanillas. Porque somos de pueblo. Eso no va a cambiar.

AUTOR: Pedro Chávez