IMAGEN: Argelia Campero con una de sus nietas. Foto sacada de su página de Facebook.
Ayer fue el cumpleaños de mi prima Argelia. La antes Portillo, ahora Campero. Hija de mi tía Esperanza. Debe andar en los sesenta y algo, aunque es casi seguro que ya haya pasado los sesenta y cinco. Acá entre nos, no debería mencionar eso de la edad. Bien se sabe como son las mujeres; la edad es un secreto que ellas se llevan a la tumba.
En el caso de mi prima, como que no se le notan mucho los años. Claro, tiene sus arruguitas, pero todas están bien acomodadas. Me imagino que eso se debe a que siempre se anda riendo. Nada le molesta. Es una herencia de los García, de mis abuelos por el lado materno. Mi tata Nacho y mi nana Cuca eran así. Se reían de todo. De lo malo y de lo bueno. Era una disposición que traían bien arraigada. Eran bien positivos. Me imagino que Argelia heredó todo eso. Además, siempre ha sido bonita la canija. Y risueña. La gente risueña siempre se ve bonita. Digo yo.
Recuerdo cuando ella vivía con nosotros, en nuestra casita de adobe en la colonia Cuauhtémoc, en Mexicali. Esa Argelia era una changa. Se montaba en las frondosas piochas que teníamos detrás de nuestra casa. Agarraba montones de bolitas verdes de esos árboles para usarlas, según ella, como parque de su resortera (de mentiras).
Recuerdo también cuando llegó a los Estados Unidos en 1970. Andaba buscando un futuro mejor y allí lo encontró, eventualmente. Se casó con Santiago Campero, un aspirante a pintor y de las artes plásticas. Santiago (Chago) acababa de terminar su gira en el ejército del Tío Sam. Tuvieron tres hijos; todos a todo dar. Todos estudiosos. El varón, Jimmy, es mi ahijado.
Los Campero vivían muy cerca de nuestra casa, la de los Picapiedra (Pedro y Vilma Chávez), en Manteca, en el norte de California. Vivíamos como a media cuadra de distancia unos de los otros y los patios de atrás de cada lugar estaban conectados por medio de un parque lleno de pinos. Ellos todavía viven allí. Nosotros tenemos casi veinte años de habernos mudado a otros lares.
Esa casa de Argelia siempre ha sido uno de los magnetos de las reuniones festivas. Yo creo que en todas las familias existe por lo menos un pariente en cuyo hogar se arman las fiestas y las comilonas. La casa de mi querida prima era y sigue siendo una de ellas. Entre paréntesis, en nuestra familia Chávez García hay varios hogares igual de convidadores.
Un dato curioso (y mirándolo bien mirado como dice la canción), a pesar de que en lo personal siempre he detestado que me caigan las visitas sin aviso previo, nunca les he pedido permiso a los Campero para caerles de repente. En cierta forma, lo acepto, he sido muy desconsiderado y egoísta. Pero tengo una buena excusa: Argelia es una gran anfitriona (quien le abre las puertas a su casa a todo mundo).
En una ocasión que veníamos de no sé dónde, decidimos parar en esa morada. Teníamos tiempo de no verlos. Además, también traíamos algo de hambre. Después del saludo de rigor y de una platicada, Argelia nos ofreció algo de comer. No nos hicimos del rogar y aceptamos la oferta. Como por forma de magia ella nos preparó una gran taquiza. Sacó de la refri esto y lo otro: tortillas de maíz, lechuga, tomate, chile (ají), queso, carne molida, etc., etc. Mientras se doraban las tortillas en un sartén y la carne se cocinaba en otro, cortó los chiles y otros ingredientes y con ellos confeccionó una sabrosa y picante salsa en la licuadora. Nunca me voy a olvidar de esos tacos. Sí que estaban sabrosos.
Además de comer, también he metido la pata en esa casa de la prima. Cuando ellos tenían poco tiempo de vivir en ese hogar, en el año setenta y ocho o setenta y nueve, que no se me va volteando la copa del vino tinto sobre la alfombra de la sala durante una noche de pachanga. Era de color blanco esa alfombra. Me imagino que Chago escogió ese color. Ya saben como son los artistas; les gusta lo bonito. Nunca se imaginan que en cualquier momento podría llegar un pariente torpe, como este servidor, y echar a perder dicho tapete decorativo.
Pero tuve suerte. Argelia inmediatamente trajo un puño grandote de sal y varias hojas de papel toalla y con su varita mágica hizo que desapareciera esa mancha. Así es ella. Aparte de ser una excelente anfitriona y cocinera, es buena para componer lo causado por las tarugadas de los demás. Parece que siempre está preparada para ordenar, sin hacer mucha bulla, los inesperados desgarriates que a veces causan los invitados (y los no invitados).
Feliz cumpleaños prima.
AUTOR: Pedro Chávez