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En Costa Rica la llaman tapa de dulce

By November 4, 2016 No Comments

las-empanadas_-empanada_-credito-ph-studioIMAGEN: Empanadas de p… (piloncillo), parecidas a las que nuestra preparaba allá en los años cincuenta.

 

 

Me gusta mucho la siguiente nota y ahora que tengo lectores en muchos países de nuestra querida América, creo que vale la pena repetirlo. Espero tenga sentido para gentes de otros rumbos, de la Patagonia, de la zona andina, del Táchira, y por esos rincones donde reina el vallenato. En otros lugares también, en tierras pinoleras, por ejemplo, y en aquellos lugares donde aún se toma el aguadulce. Entre paréntesis, esa bebida tica requiere el mismo ingrediente que de aquí hablo sin mencionarlo.

Algo curioso, cuando mi cuñado y otros parientes de la familia de mi esposa nos visitaron en California hace un montón de años, el hermano de mi esposa se asombró al ver una bolsa de ese producto en nuestra alacena. Llevaba ese nombre que no debo mencionar.

“No puedo creerlo, en Estados Unidos hasta eso venden en bolsas”, fue lo que dijo el cuñado al ver ese paquete de piloncillo en ese armario.

Ésta es la nota:

La siguiente anécdota va ser difícil de contar, pues voy a tener que abstenerme de usar una palabra que cuando yo estaba chico en Mexicali no tenía nada de malo. Pero como decía mi maestra de literatura castellana en la secundaria Nocturna XXX, la profesora América, nuestro idioma está vivo y constantemente cambia.

Mi mamá usaba esa palabra, la que no debo mencionar, cuando nos mandaba a la tienda a comprar el ingrediente. Sin embargo, muchos años después, cuando ya vivíamos en Estados Unidos, ella la llamaba “brown sugar” (azúcar moreno). En el centro de México, creo, la llaman piloncillo y así pienso referirme a ese endulzante de este relato sobre unas ricas empanadas que nuestra madre nos confeccionaba una vez al año.

Esta anécdota sobre nuestra “Amá”, como le decíamos todos, y como millones de hijos mexicanos llaman a sus mamás, la escribo en honor a ella, para que se dé cuenta que aquí en la tierra no nos olvidamos de todo lo que hizo por nosotros. Como ya he mencionado en otros relatos, nuestra madre falleció el 14 de febrero del 2008. Está enterrada en el norte de California, pero su legado no ha muerto, pues todo lo que nos enseñó y nos dio corre en nuestras venas.

Regresando a lo de las empanadas de, ay, casi no puedo decirlo, de piloncillo, les diré que cada año, en una fecha inesperada, Amá nos preparaba una infinidad de esos panes dulces. Usaba un saco completo de harina de trigo, de esos de diez libras. La arreglaba, le agregaba levadura, especias secretas, la amasaba y la amasaba y la dejaba crecer. Nosotros ya sabíamos lo que estaba haciendo y con gran paciencia esperábamos que la masa creciera.

Cuando observábamos el más pequeño de cambio en aquella bola brillante de masa, gritábamos, “¡Ya está lista, ya Amá!”.

Generalmente no estaba lista, pero una vez que llegaba ese esperado momento, ella convertía la gran bola de masa en mil bolitas y cada una de ellas en pequeñas tortillitas que después se rellenabas con trocitos de piloncillo y se doblaban en medias lunas. Era necesario hacerle hendiduras con los dedos para asegurar que se unieran ambos lados de la tortillita.

Nosotros ayudábamos en la tarea, aunque casi siempre lo hacíamos incorrectamente. Pero ella nos dejaba hacerlo; era parte del trabajo en grupo. Después se horneaban. Cuando salían del horno, esas empanadas eran lo más rico del mundo. No esperábamos a que se enfriaran y a menudo nos quemábamos el paladar al comerlas, pero no parábamos de hacerlo hasta ya no poder comer más.

Las empanadas que quedaban se guardaban en el saco de harina vacío. Casi siempre se llenaba. Pero para el día siguiente, el saco se vaciaba de nuevo. Éramos muchos. Gracias Amá por tan delicioso postre.

 

AUTOR: Pedro Chávez