IMAGEN: Tomé esta foto de Mario Moreno “Cantinflas” en 1984, en Stockton, California. Aquí la incluyo para ilustrar este relato, el cual lo escribí en honor a ese gran cómico mexicano.
MEXICALI, AÑO TAL Y TAL
Cuando nos mudamos a la colonia Cuauhtémoc en mil novecientos cincuenta o en el cincuenta y uno, eso era un rancho. Aunque, para serles franco, no sé con exactitud en qué año fue que llegamos allí, pero casi estoy seguro que fue en el cincuenta. Yo tendría cuatro años entonces, pero a la mejor tenía cinco si es que en realidad fue en el cincuenta y uno cuando nos mudamos a ese rincón de mi querido Mexicali, el pueblo donde viví hasta los dieciséis abriles. ¿Cómo la ven?
Desafortunadamente, cuando uno está chamaco, uno se acuerda de poco, por lo cual sería difícil afirmar sin duda alguna el año exacto de nuestra llegada a la colonia que a mí y a mis hermanas y hermanos nos vio crecer. Si nuestra madre estuviera aún viva, de seguro ella me diría la fecha correcta de ese traspaso, pero a la mejor no, pues a ella no le gustaba eso de andar recordando fechas y casi siempre dependía de mí para apuntar ese tipo de datos.
Ese rincón de mi terruño, tengo que contarles, antes era conocido como la colonia San Rafael, un contingente de parcelas que se dividieron en un montón de lotes medio urbanizados para conformar las colonias norte y sur de la Cuauhtémoc.
Yo sé que me van a acusar de andar cantinfleando, pero la mera verdad, así me siento en estos momentos, pues ando medio confundido y ya casi ni me acuerdo del objetivo de este relato.
Ahí está el detalle, uno quiere, pero a veces no quiere, y después se le atraviesan a uno esas dudas, que si fue o no fue, que si tenía esta edad o si no. Y ¿para qué? No se vale. Para que después anden diciendo que uno es un menso y que uno no se acuerda de nada.
Aunque eso de menso, pues ya me lo han dicho en montones de ocasiones. Me han llamado sonso también. Pero, miren nada más, no puede ser, ay, y después de todo lo que uno hace, especialmente en mi caso, cuando lo único que yo quería contarles es que cuando yo vivía en la avenida Honduras, allá en los años cincuenta, los sinvergüenzas del gobierno nos traían bien entusiasmados con eso de que iban a poner aceras frente a nuestras casas y que también iban a pavimentar las calles.
Pero vaya usted a ver, no hicieron nada, excepto instalar un cordón de concreto en la calle, por el cual tuvimos que pagar. Sí, así fue. Bien rapidito nos llegó la cuenta. Si no la pagábamos, nos dijeron, nos iban a embargar la casa. Y allí vamos bien mansitos al palacio de gobierno a pagarla.
No hay derecho. No se vale. Pero así fue. Claro, poco después, que van instalando las mentadas banquetas. Ah, pero sólo frente a las casas cuyos dueños habían prepagado por ellas. Nosotros no lo hicimos, así que nada de banqueta. Los vecinos de ambos lados tampoco pagaron, así que, también nada de banqueta.
En la casa al este de los vecinos Carlón Castro, sin embargo, sí se las construyeron, porque ellos sí prepagaron. Esa acera lucía como una isla en medio del resto de los frentes de todas las casas en ese lado de la calle.
Pero cuando llovía montones, cuando caían esos aguaceros de diluvio que de vez en cuando inundaban nuestras calles cachanillas, en esa acera de esos vecinos nos reuníamos todos nosotros, los chamacos de esa avenida Honduras. Desde allí nos echábamos a nadar en esa vía inundaba y cuando ya estábamos bien cansados, nos sentábamos en esa acera de esos vecinos y allí descansábamos.
¿Cómo la ven, chatos?
AUTOR: Pedro Chávez