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El trofeo en la repisa

By February 25, 2017 2 Comments

IMAGEN: Trofeo junto a varios recuerdos que adornan el escondite donde me dedico a escribir tarugadas.

 

Los gratos recuerdos nos persiguen, especialmente a nosotros los viejitos. No es que uno ande tratando de acordarse de esto y lo otro, lo que pasa es que conforme pasan los años ciertas experiencias son fácilmente invocadas por la creciente cantidad de objetos materiales que se van acumulando. Mi cuarto gris, el que antes era de color amarillo, por ejemplo, está lleno de esos chunches (objetos), como los llaman los ticos y mi esposa entre ellos.

Me gusta ese cuarto, más que todo porque es una especie de escondite. En él me meto a escribir, a involucrarme en el mundo cibernético, a pagar lo que debo, y según yo a trabajar. De vez en cuando veo la tele (una bien chiquitita), cuando hay algo importante qué ver, aunque lo hago a reojo, pues nunca faltan importantes quehaceres que deben ser atendidos. Es en ese refugio acogedor que a menudo me topo con esos recordatorios, que como ya les dije, reviven detalles del pasado.

Entre esos objetos de antaño que allí me rodean se encuentra un trofeo que me gané en la escuela de navegación hace ya un montón de años, en mil novecientos setenta y dos para ser más exacto. Está ubicado sobre una repisa junto a una foto en blanco y negro que le tomé a mi hija cuando ella estaba chica y andaba recogiendo golosinas en una noche de brujas. Vivíamos en San Diego, California en ese entonces. Entre paréntesis, fue mi hija quien decoró mi cuarto después de pintarlo y quien colocó ese trofeo en ese lugar conspicuo.

En referencia a ese premio les diré que por años ha encontrado albergue por todos lados, encima de un mueble, encima de otro, en una esquinita de mi negocio que por un tiempo tuve cuando publicaba periódicos, a veces arrinconado en lugares no tan a la vista, otras veces metido en cajas por diferentes razones. Pero allí está ahora, en esa repisa, muy cerca de mí, acomodado en ese lugar por mi hija, que me imagino lo hizo para que yo lo viera y me recordara que en una ocasión ilustre de mi vida de estudiante aviador tuve el honor de quedar en primer lugar al aplicar en el aire los principios de navegación.

Antes de seguir con este relato me gustaría aclarar algo, básicamente que les cuento sobre ese premio no para presumir sobre un hecho que ocurrió en un pasado ya lejano, sino porque creo que el éxito de un mexicano en otro país, con diferente idioma, podría ayudar a otros a creer en sí mismos. Eso es todo. Además, varios de ustedes han insistido que les cuente cómo llegué a volar aviones en la fuerza aérea de Estados Unidos. Bueno, lo que sigue es parte de ello.

En el verano de 1971 empecé el curso de un año en duración de la escuela de navegación en la base aérea Mather, en Sacramento, California. Formé parte de la clase 72-19, la cual tenía casi setenta estudiantes, todos de origen anglo excepto un servidor. Así eran esos tiempos. Existían pocas oportunidades para los que ahora nos llaman gente de color (como yo). No lo digo en forma de queja, ésa era la realidad.

Después de conseguir mi título universitario y graduarme de la escuela de oficiales, fui seleccionado para asistir a dicho programa de navegación. La instrucción se impartía en el salón de clase y en el aire, en donde se aplicaba todo lo aprendido en el aula.

Durante el primer trimestre me preocupé, pues después de los vuelos los instructores no me decían nada. Sin embargo, pasaban largos ratos hablando con los otros estudiantes, tratando de ayudarlos y comentando sobre errores cometidos en los vuelos. Me causaba mala espina esa falta de atención hacia mí y llegué a pensar lo peor. Pero pronto llegó el alivio. Eventualmente me enteré que yo cometía pocos errores y que no necesitaba ayuda alguna. Prueba de eso fue el puntaje que recibí durante el primer examen trimestral en el aire: obtuve el segundo puntaje más alto de la clase.

Fue una gran sorpresa, para mí y para otros. Un compañero, un güerito, inteligente, gran deportista, hijo de un general de una estrella y un graduado de la academia de la fuerza aérea, me dijo asombrado al ver los resultados en la lista:

“You?” (¿Tú?).

Me imagino que no esperaba ese resultado de un compañero que todavía hablaba el inglés con un acento a la mexicana. No lo podía creer. Tampoco lo creyeron otros colegas quienes pensaron que se había cometido un error.

Ah, pero no hubo error. En los siguientes tres trimestres mi puntaje no bajó, mas bien subió, y al final del entrenamiento gané el premio “Ira J. Husik for Flying Excellence” por tener el promedio más alto en esa clase.

Acá entre nos, casi siempre he sido muy luchón y le he echado ganas a pequeños y grandes desafíos que la vida me ha presentado, siempre esperanzado en ganar. En algunas ocasiones he salido adelante, pero en muchas de ellas he fracasado. No cabe duda, tengo una gran lista de derrotas, la cual, por fortuna, se encuentra bien abandonada en el arca del olvido.

También he cosechado triunfos. Uno de ellos está ligado a ese trofeo en esa repisa.

 

AUTOR: Pedro Chávez

 

 

2 Comments

  • Aurea Jimenez. says:

    Como siempre…querido amigo Pedro..nos tienes aprendidos y pendientes de tus publicaciones. A cual más de amenas y entretenidas..y muy bien narradas..creo que llegaste a este mundo..con un lápiz y hoja de papel…en la mano..!! Ojala Dios te siga inspirando..para que nos deleites con tuonn!!memorias..y me de vida y salud..para leerlas…te felicito una ves más..mi querido..amigo Pedro. Abrazos y bendiciones con…salud y larga vida….

    • Pedro Chavez says:

      Gracias a ti Aurea. Espero en un día no muy lejano tomarnos un café juntos en nuestro querido Mexicali.