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Sobre los benditos tenedores y los cubiertos

By March 14, 2017 No Comments

IMAGEN: Mi prima “Loty” Rubio Chávez, quien falleció la semana pasada.

 

 

NOTA: Lo que sigue es algo que escribí hace ya rato, una anécdota que publiqué en uno de los grupos de las redes sociales de Mexicali. La incluyo en este blog porque me recuerda a mi querida prima “Loty”, quien desafortunadamente falleció la semana pasada. Ella me dio una indiscreta lección sobre cómo usar los cubiertos (los de la mesa).

 

Cuando chico las cucharas, los cuchillos y los tenedores salían sobrando. Ni yo ni el resto de mi familia los usábamos. A veces comíamos con cucharas, pero sólo lo hacíamos de vez en cuando, cuando era absolutamente necesario hacerlo. En lugar de cubiertos, cortábamos pequeños trozos de tortilla de harina para recoger la comida, para no desperdiciar nada. Reemplazábamos los desdeñados cuchillos, tenedores y cucharas con indispensables cucharoncitos de esas arepas a la mexicana. Con esos trocitos de tortilla comíamos y aprovechábamos hasta la última gota del jugo de los frijoles, de los huevos tiernitos o de las salsas que de rigor bañaban nuestros manjares de supuestamente pobres.

Sin embargo, tuve que aprender a usar los benditos cubiertos. La lección fue vergonzosa, pero por lo menos sucedió en familia. Fue en casa de mi tía María, la hermana de mi papá, en la avenida Lerdo 1001 (en Mexicali, en mi pueblo). Estábamos de visita, mi padre y yo, y era la hora del almuerzo, de la comida grande, la del mediodía. Nos invitaron a comer, pero mi papá les dijo que teníamos que regresarnos a casa. Después de repetidas invitaciones nos quedamos y nos sentamos a la mesa. Así era mi papá, siempre decía que no, pero en realidad ese no era un sí. Por lo menos ese era lo que decía mi mamá. Así son las mamás; ellas lo saben todo.

Sólo mis primas y mi tía se encontraban en la casa ese día. Mi tío Jesús estaba en la lechería; Jorge, mi primo, de seguro andaba practicando béisbol, y el mayor de los varones, Armando, estaba en el Tecnológico de Monterrey en ese entonces. Jorge, entre paréntesis, era un año mayor que yo. Llegó a ser un gran pelotero. Lo conocen en Mexicali como “El Payo”. Llegó a las ligas mayores. Desafortunadamente, fue corta su estadía, pues se le dañó el brazo. Era lanzador, de los buenos, para los serafines de Los Ángeles. En una ocasión ponchó a catorces indios de Cleveland durante un juego (en 1967).

Pero regresando al relato, déjenme decirles que cuando vi a mis primas traer varios platos a la mesa, cada uno colmado con los diversos ingredientes del almuerzo, mi mundo empezó a derrumbarse. En mi casa, en la colonia Cuauhtémoc, no hacíamos eso. Mi mamá repartía la comida, pues las viandas eran limitadas y a cada uno nos tenía que tocar algo que comer.

¿Cómo saber qué tomar y cuánto tomar?

Mi mundo se achicó y me sentí avergonzado en esa casa de mi tía, rodeado de aquellas primas que para mí eran mujeres de alcurnia (aunque no era para tanto; eran buena onda esas chamaconas, las Rubio Chávez). Esperé a que los demás se sirvieran, pero sentí falsamente que más de diez mil ojos se enfocaban en mí. No sabía qué hacer.

“Sírvete, Pedro”, me dijo una de mis primas. Yo me quedé mudo. No dije nada. Un poco después, una de las mayores, creo que fue la Loty, decidió servirme. Me miró y se sonrió y eso me calmó un poco. Una vez colocado el plato frente a mí, pude hablar de nuevo. Creo que le di las gracias.

Pero la incertidumbre asomó su cara de nuevo al observar los cubiertos en la mesa: un cuchillo, una cuchara y dos tenedores. “¿Cuál tenedor uso?”, me pregunté, “¿el grande o el chico?”. Tomé el más grande de los dos y empecé a picotear la comida. Estaba bien sabrosa, entre paréntesis, pero casi toda se desperdició.

La vergüenza causada por no saber cómo usar los cubiertos no me dejo comer. Por otro lado, ese día aprendí a usarlos. A hurtadillas observé a mis primas mientras ellas comían. Y de ellas aprendí.

A veces es así como uno aprende las cosas. Pasando vergüenzas.

 

AUTOR: Pedro Chávez