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La picardía del Gallito Inglés

By May 12, 2017 3 Comments

 

EL SANTO QUE QUITA EL HAMBRE: SAN WICH

Leí ese chiste por primera vez en el libro “Picardía mexicana”. Ya sé, es algo sangrón, pero parece que cada vez que consumo un emparedado me acuerdo de la broma y del libro. Estaba a todo dar esa obra literaria. La leí completita en la casa de mi amigo Jesús Vásquez, quien vivía con su papá en la colonia Cuauhtémoc Norte. Fue a principio de los años sesenta.

Luego les sigo contando sobre ese cuate y los amigos del mismo. Por ahora les quiero comentar que tomé la foto que incluyo en este relato con el fin de demostrar que a pesar de vivir muy lejos del lugar que me vio nacer, todavía disfruto del pan que aprendí a comer allí. Me encantaba consumir el blanco o el birote (como lo llamaban gentes que habían llegado a Mexicali de otros rumbos). Aquí en Texas, donde ahora resido, lo llaman bolillo. Igualmente les dicen bolillos a los gringos. Ah ¡que raza!.

Decidí tomar la foto, también, para complementar un comentario que hizo en Facebook la buena amiga virtual Nora Peral. Ella menciona, en una nota subida en el grupo El Viejo Mexicali, que le gusta comer las tapas de las barras de pan. Yo agregué que también a mí me gusta comerlas, por diferentes razones, pero más que todo porque tienen buen sabor y porque no me gusta desperdiciar nada.

Soy un reciclador empedernido y me siento requete bien cuando lo hago. También gozo cuando consigo los artículos que necesito a precios de oferta. En la imagen, por ejemplo, podrán notar la bolsita de plástico en la que venía el sándwich. Ese envoltorio se usó previamente para preservar las tajadas de pavo (que compré a precio de quema). Dentro del emparedado, aunque no se notan muy bien, se encuentran tiras de salchicha picante marca Boar’s Head, que cuestan un ojo de la cara, pero que por ellas pagué una bicoca, pues estaban cercanas a su fecha de vencimiento. Las manzanas las compré a buen precio también: sólo pagué un dólar por una bolsa de buen tamaño repleta de esa fruta y naranjas. El supermercado abarata ciertos productos una vez que se empiezan a poner viejitos. No problema, como dicen los gringos.

Entre paréntesis, ese almuerzo ya desapareció. Me lo comí hace rato. Estaba requete sabroso. Lo acompañé con una gaseosa, una root beer de marca rara. Me gusta tomar ese tipo de soda porque me recuerda mi niñez, cuando acompañaba a mi mamá a Calexico y a veces me tocaba compartir una jarra bien fría de root beer Hires (junto a la tienda Kress). Desafortunadamente, ya no se venden bebidas de esa marca por estos lares.

Regresando a lo concerniente a mi amigo Jesús, quiero agregar que él era mi cuatazo, a pesar que me llevaba varios años de edad. Lo conocí en las oficinas de Recursos Hidráulicos, en Mexicali. Él era aprendiz de dibujante de planos. Por las noches tomaba clases de pedagogía, si recuerdo correctamente, en la escuela Normal Fronteriza. A la mejor fue en otro lugar. Parece que entonces existía un centro nocturno de enseñanza para maestros en el edificio de la secundaria Federal 18 de Marzo.

Los fines de semana lo visitaban compañeros de su escuela y otros amigos (yo entre ellos). Se ponían a hablar sobre todo tipo de temas, incluso de política, pero más que todo acerca de escritores y filósofos. Eran una especie de bohemios. En varias ocasiones discutieron a fondo sobre el contenido de “Las vidas paralelas” de Plutarco. Yo no entendía nada, así que preferí ponerme a leer y a reírme con las puntadas del autor de “Picardía mexicana”, Armando Jiménez, también conocido como “El Gallito Inglés”.

Discutieron también en numerosas ocasiones sobre los sucesos en Cuba, sobre Fidel Castro, la bahía de Cochinos, y la política hacia América Latina propulsada por el nuevo presidente de los Estados Unidos y su Alianza Para el Progreso. Eran interesantes esas pláticas, aunque a mí no me tomaban en serio, pues para ellos era yo todavía un mocoso. Así que de nuevo me ponía a leer el gastado libro del “Gallito” y me divertía a mi manera.

Nunca se me olvida esa obra. Tenía su lado grosero, pero estaba lleno de puntadas a la mexicana que hasta la fecha se mantienen vivas en mi avejentado cerebro. La que sigue es una de ellas:

¿Cómo le dicen a una mamá cuyo nombre es Concepción Macos?

Concha Macos.

Creo que así iba. Saludos. Desde el norte de Texas.

 

AUTOR: Pedro Chávez

 

3 Comments

  • Florencia Navarrete says:

    Buenos días Sr. Chávez
    Me gustaría poder usar sus cuentos en mi clase de inglés, hallo muy entretenida su lectura y necesito enfasar a mis nuevos alumnos en lectura y comprensión con el nivel de inglés manifestado por su anterior instructor, puede indicarme un enlace para verlos en inglés? Saludos desde Ometepec Gro