IMAGEN: Cri-Cri, el grillito cantor (Gabilondo Soler) en una ilustración de 1958.
Para aquellos que no hayan escuchado la palabra chamaco, les explico que así se les llama a los niños en México. También les dicen escuincles. En el norte de mi país natal hay gentes que los llaman huercos. En Costa Rica les dicen güilas, en España chavales. En otros países podrían ser chiquillos, mocosos, chavalillos, gallos, a la mejor chicos, a secas. Comento sobre dichas denominaciones para subrayar que los chamacos, aunque se les llame con diferentes motes, tienen las mismas inquietudes en todos los rincones del mundo.
Lo quieren saber todo y son bien curiosos. Los escuincles preguntan esto y lo otro, tocan aquí, tocan allá, y se meten en donde no deben meterse, etc., etc. Yo era así y acá entre nos, creo que a pesar de los años (un montón), en cierta forma sigo siendo igual: un huerco. Además de aún estar asediado por la curiosidad, sigo igual de travieso y de juguetón. Me gusta también la música de los niños. La de Cri-Cri, por ejemplo.
Es que crecí con ella allá por los años cincuenta. Desde muy tempranito me pegaba a una antigua radio situada en el fondo de un gran cuarto que servía de cocina, comedor y sala en nuestra casa en la colonia Cuauhtémoc (en Mexicali). Allí me quedaba por un gran rato, escuchando más que todo canciones infantiles de todo tipo. Entre ellas había una que me gustaba montones; era de Cri-Cri (de Gabilondo Soler). Contaba de un ropero de la abuelita y de un escuincle que ofrecía darle la llave del mismo para que ella lo abriera y así darse cuenta de todo lo que ese armario escondía.
Yo tuve una abuelita igualita, muy parecida a la de la canción. Era la mamá de mi mamá; se llamaba Refugio, pero le decían Cuca. Nosotros le decíamos Nana. Era muy bonita, con pelo entre rubio y blanco. Chiquitita. Tenía un ropero así como el de la canción de Cri-Cri, pero en él no guardaba secretos, sólo ropa personal y objetos que los llevaba a la calle para venderlos a pagos. Tenía manteles y servilletas de lino, vestiditos folclóricos, joyas de oro y de plata, y no recuerdo que más. Era buena para las ventas mi abuelita.
Era también buena para contar relatos de antaño. Cuando pasaba la noche con nosotros en Mexicali, nos sentábamos alrededor de ella para que nos deleitara con sus cuentos. Nos platicó de todo, incluso sobre sucesos que causaban horror y sobre fantasmas que rondaban por todos lados en su natal estado de Michoacán y que andaban detrás de la gente que se portaba mal. Casi todos nosotros nos asustábamos, excepto mi hermana mayor, Amanda. Ella decía que los fantasmas no existían y que por eso no le causaban miedo. «Los que dan miedo son los vivos», agregaba mi hermana.
En cuanto al ropero bajo llave, el de la abuelita de la canción de Cri-Cri, les diré que después de una pila de años, creo haber descubierto lo que en él verdaderamente escondía esa anciana. Ahora se los digo.
Primero déjenme repetir algunas de las frases de la letra de ese inolvidable cuento infantil cantado. «Toma el llavero abuelita y enséñame tu ropero», decía al principio el cuento de la anciana. «Con cosas maravillosas y tan hermosas que guardas tú».
El niño curioso de la letra de la canción prometía estarse quieto y no tocar nada, aunque lo contradice la última estrofa, en la cual él dice: «Dame aquel libro viejo de mil estampas, lo quiero abrir. A los niños, en estos tiempos, los mismos cuentos nos gusta oír».
Que buena canción, que gran cuento tan bien cantado por el inmortal Gabilondo Soler, Cri-Cri, el grillito cantor. Que especial melodía infantil que aún me sigue gustando, y la cual escuché miles de veces frente a esa enorme radio que me entretuvo durante mi niñez. Canción también que me introdujo al bello y misterioso mundo de la imaginación, incitándome para que fantaseara y figurara qué más escondía esa abuelita en ese ropero. El cual incluía la espada del abuelo, la muñeca de la mamá y el vestido que hacía ruido.
¿Saben lo que ella también escondía en ese armario? Recuerdos. Sí, recuerdos de toda su vida. Anécdotas y cuentos por contar, pues todo lo material en ese escondite tenía una historia y estaba ligado a un mundo de viejas añoranzas y de nostalgia.
Digo yo.
Ahora que estoy medio viejito me he dado cuenta de eso. Estoy muy seguro de lo que digo. En mi caso por ejemplo, aunque no tenga un ropero bajo llave, me encuentro rodeado de dichos recuerdos: fotos, libros, tarjetas, documentos, cuadernos. Toda clase de recordatorios de lo que fue y de lo que aún es. De lo que aprecio, de mi vida. De lo que me queda por contar.
Aprovecho la ocasión para darle las gracias a Cri-Cri por esa y otras canciones, las que deleitaron mi vida de niño y me enseñaron a practicar eso de la imaginación. A no estarme quieto, a pesar de haberlo prometido. A querer saberlo todo, así como lo decía el chamaco de la canción:
«Ay, que bonita espada de mi abuelito el coronel, deja que me la ponga y entonces dime si así era é».
AUTOR: Pedro Chávez