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El ruido de mis zapatos

By July 14, 2017 2 Comments

IMAGEN: Los zapatos que usaba hasta hace poco. Todavía los tengo y los uso en el jardín. Allí no hacen ruido.

 

Lo que sigue es algo que ya platiqué; trata sobre mis zapatos, pero no recuerdo en dónde fue que lo escribí. Eso pasa cuando uno está viejito y empieza a repetir las cosas. Eso sí, no publiqué el relato en este blog porque aquí, en este compendio de tarugadas, no existe ningún rastro de él. Pero ahora que lo leo de nuevo en mi archivo virtual, me gusta lo que dije en ese entonces acerca de mis zapatos, unos que hacían mucho ruido. Por eso voy a comentar sobre dicha anécdota de nuevo. Espero sea de su agrado.

Ya tenía más de seis meses con esos zapatos; los usaba más que todo para el trabajo. Eran cómodos y por años había usado esa marca y ese tipo. Creo que ese era el séptimo par, o a la mejor el octavo, así de igualitos. Todavía los compro porque me duran bastante, son baratos y se portan bien con mis pies. Los adquiero en la tienda Sears.

El primer par que tuve lo conseguí en el 2010. Los que usaba antes me estaban matando. Como caminaba mucho y me la pasaba parado por grandes ratos, empecé a tener problemas con esto y lo otro. Se enrojecían los dedos del pie, me dolía la planta del mismo, y el dolor a veces era inaguantable. Una vez que probé este tipo de zapatos, el problema se resolvió.

Son a todo dar, excepto cuando llueve; es que se les mete el agua. Eso ha pasado con todos los pares que he tenido. Están hechos en China, pero no quiero echarles la culpa a los chinos por la falta de impermeabilidad. Debe ser que usan material reciclado para fabricar las suelas y por ahí se traspasa el agua. Tengo que andar esquivando los charcos. A veces trato de andar de puntitas, para que sólo esa parte del zapato se moje. Pero igual se empapan. A pesar de esa falla, sin embargo, cuando le de matarile al par que ahora tengo, me voy a comprar otros igualitos. Es que son cómodos los canijos.

Los últimos que compré salieron con un segundo defecto. Lo bueno del caso es que ya desquitaron su costo, pues me han durado mucho y todavía les quedan miles de pasos por recorrer. Lo malo es que hacen mucho ruido. Crujen y chillan conforme camino y parece que todo mundo se da cuenta cuando vengo o cuando voy. Son un show. A veces he pensado en deshacerme de ellos antes de sacarles el jugo completo, pero al rato cambio de parecer. Todavía están bien buenos, digo yo, tienen buena suela y los tacones aún aguantan el trote. Además, creo que ya me acostumbré a escuchar dicho ruido. Como en la canción “Los ejes de mi carreta”, la que cantaba Atahualpa Yupanqui. ¿La recuerdan? Al igual que en esa milonga folclórica, el ruido (de mis zapatos) sí que me entretiene.

Cuando escucho ese crujir me pongo a pensar sobre la lata que de seguro doy al caminar con ellos. Pero a veces es bonito dar lata. La neta. Para que otros se dan cuenta que uno existe. Especialmente cuando uno está ya medio viejito y aún hay ganas de divertirse un poco, aunque sólo sea causando alboroto con los zapatos. Claro, para no dar tanta lata, me podría deshacer de ellos y tirarlos a la basura. Pero todavía están buenos. No, mejor me quedo con ellos y los aprovecho. Y sigo dando lata.

Hace más de un año sucedió algo chusco al ir a la oficina de contaduría de la empresa donde trabajaba. Andaba con los zapatos ruidosos. Entré allí según yo muy calladito, para no interrumpir las labores que en ese lugar se llevan a cabo bajo el manto del silencio. Es una oficina con sólo mujeres, donde cada una de ellas supuestamente se mantiene enfocada en su chamba. Una vez que escucharon aquel crujir emanado por mis zapatos todas se echaron a reír, incluso la jefa.

Me imagino que ya habían escuchado antes, en varias ocasiones, ese ruidito latoso, pues así pareció. Para ellas era un crujir conocido, estoy casi seguro. Una vez que me cayó el veinte y entendí el porqué de la burla, las acompañé en el cachondeo, aunque casi de inmediato le informé a una de ellas la razón de mi visita. Es que así debe ser cuando tramita cuestiones oficiales en el trabajo. A lo que te truje Chencha. Una vez finiquitada la gestión, la oficinista me sugirió que les pusiera aceite WD-40 a los zapatos.

“Los hombres usan ese aceite para quitarle el ruido a todo”, me dijo y se echó a reír.

Yo casi le decía que yo no engrasaba los ejes, como en la canción de Atahualpa, pero decidí no hacerlo. Jamás entendería esa mujer de gringolandia el mensaje del cantante argentino. Tampoco comprendería lo importante que es tener algo que lo ponga contento a uno. Un ruidito, un chillido, un sonido que anuncie que todavía estamos vivos. Algo así parecido dice la canción: es demasiado aburrido seguir y seguir la huella, sin nada que te entretenga.

NOTA: Un cálido saludo a todos ustedes, pero especialmente al poeta uruguayo Romildo Risso, el autor de la milonga “Los ejes de mi carreta”, y al cantante argentino Atahualpa Yupanqui, quien le agregó la música y la hizo famosa.

 

AUTOR: Pedro Chávez

 

2 Comments

  • Nieves payan says:

    Hola me encanto esa anecdota ,lo importante es que usted se sienta comodo con sus zapatos aunque hagan ruidos,pense que iba a decir que le dijeron que hace tiempo usted usa los mismos zapatos,a mi me paso que iba a trabajar con unos patalones marrones y mi jefa me dijo pero usted tiene varios años con ese pantalon y era que tenia varios del mismo color. Y deje de usarlos