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La excursión a La Rumorosa me abrió los ojos

By July 7, 2017 No Comments

IMAGEN: De izquierda a derecha, un servidor y dos compañeros del tercer año de secundaria.

 

 

Mi último año en la secundaria Nocturna Treinta, en la colonia Cuauhtémoc, fue más bien de excursiones. Después de realizar viajes a San Felipe, al zoológico de San Diego, y al cañón de Guadalupe, los maestros organizaron un viaje a La Rumorosa. Yo me apunté para ir. El clima iba a estar mucho más fresco que en Mexicali, pues ese destino estaba en las montañas.

Fue a fines de abril de 1961. Nos subimos al camión de transporte a temprana hora de la mañana, el cual nos esperaba en el frente de la escuela Presidente Alemán. Todos llevábamos nuestros almuerzos para consumirlos en la sierra, pero pararíamos en algún lugar por si deseáramos comprar algo en el camino, nos dijeron los maestros.

Al igual que en otras excursiones y a pesar de que todavía era bien temprano, se desató el bullicio una vez que el camión iba en camino. Así eran excursiones de estudiantes; la gente habla, canta, dice chistes. Algunos deseaban dormir, pero fue imposible hacerlo con tanto alboroto. Excepto por uno o dos de ellos. Siempre existen personas capaces de dormir a pesar del ruido. Al iniciar la subida a la cuesta, el bullicio se convirtió en gritadera. Pero de miedo. Era la carretera vieja, un camino peligroso y despiadado, colmado de barrancas, precipicios, y grandes camiones de carga que apenas cabían en el angosto camino. Todos nos agarrábamos de las ventanas del autobús, como si ello nos fuera a salvar en caso de un accidente.

Una vez que llegamos a nuestro destino, nos olvidamos del susto y nos desplazamos por todos los rincones de aquel parque montañoso. Como de costumbre, los hombres agarramos para un lado, las mujeres para otro, excepto los que andaban de novios. El clima era agradable, nada de frío. Corrimos, nos encaramamos en grandes piedras, y una vez ya bien cansaditos, disfrutamos de nuestros almuerzos.

No recuerdo cuánto tiempo nos quedamos en la montaña, pero algo sí se me quedó bien grabado. Mientras esperábamos el regreso a casa junto al autobús, varios maestros comentaban acerca de un reciente suceso del mundo de la política: el ataque anticastrista en la bahía de Cochinos, con el respaldo de los Estados Unidos. Hablaban de ir a Cuba para respaldar a Fidel Castro y hacer esto y lo otro, de apoyar al comunismo y derrotar al imperialismo.

Toda esa habladera se quedó bien registrado en mi memoria, pues no tenía sentido. Gran parte de los maestros involucrados en dicho clamor de índole revolucionario, disfrutaban buen estado económico. Además de dar clases en la secundaria, tenían plazas de maestros en escuelas primarias. Varios de ellos estaban bien conectados con los ejecutivos que otorgaban esos “huesos”. Vivían bien, les digo. Manejaban carros americanos del año, de los recién saliditos de la fábrica. Se vestían bien además, con ropas compradas en el otro lado, en Estados Unidos, generalmente en Calexico. Allí obtenían también todo para la casa, incluso la comida. Ganaban bien esos maestros. De comunistas no tenían nada.

Eso sí, siempre andaban hablando mal de los yanquis y del imperialismo, diciendo que el socialismo era bueno para todos. Pero era pura hablada. A la hora de la hora todos esos rojillos preferían lo gringo y los productos de gringolandia.

Lo que comentaron los maestros durante la excursión a La Rumorosa fue también pura paja (como dice mi esposa). Nunca se fueron a la isla de Cuba a echarle la mano a Fidel, ni tenían ganas de hacerlo. Estaban muy bien allí en Mexicali, gozando los “huesos” que les echaban sus cuates en el gobierno. Mejor se quedaron queditos.

 

AUTOR: Pedro Chávez