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Luis Leyva y los billetes que se fueron a la basura

By July 6, 2017 No Comments

IMAGEN: Vicente Fernández y Luis Leyva, una de las fotos en una pared del restaurante Luis’s.

 

ADVERTENCIA: Lo del colchón fue algo que escuché de segunda mano. No estoy seguro de su veracidad. Pero lo cuento en honor a don Luis Leyva, una persona que dejó un gran legado en el norte de California, y más que todo en Sacramento.

 

Lo de los billetes me lo contó Alfonso, el chófer de una buseta que en un tiempo fue usada para transportar jugadores de un equipo de fútbol patrocinado por don Luis Leyva y su restaurante Luis’s. Me lo dijo en confianza, a mediados de los años ochenta, una época cuando la fortuna le reía a don Luis y a su negocio ubicado en la avenida Alhambra, en Sacramento, California. Era un lugar donde se servía comida mexicana, pero que también se había convertido en un punto clave donde gentes del gobierno del estado y la ciudad se daban cita para comer más que todo tacos dorados con bolitas de arroz y frijoles refritos al lado (formadas con la ayuda de una cuchara de helados).

Don Luis, un michoacano hecho a la antigua, había llevado al éxito dicho restaurante con el sudor de su frente y la de otros en su familia, pero más que todo con ciertas peculiaridades. La comida no tenía nada de especial, excepto que siempre era igual y los precios eran bastante razonables. Eso sí, el servicio al cliente era impecable y la rapidez para servir la comida era envidiable. Además, don Luis cuidaba y promovía su negocio como si hubiera sido su hijo único. Se la pasaba allí día y noche. Saludaba a la gente en las mesas, les hablaba, compartía risas. Y si tenían algo de famosos, se retrataba con ellos y colgaba dichas fotos en las paredes del restaurante. Incluso le inventó un lema al lugar: “Él que no conoce Luis’s, no conoce Sacramento”, decía esa frase.

Allí había fotografías por todos lados. De cantantes famosos y no tan famosos, de actores, de políticos, de comerciantes y hasta de pelagatos lambiscones que trataban de ganarse los favores de don Luis con adulaciones de mojigatos.

Además de querer con toda el alma su negocio, don Luis también adoraba el fútbol y durante los años sesentas y setentas patrocinó un equipo de la primera división amateur del norte California. En él jugaban flamantes ex estrellas futboleras que se habían venido de México a los Estados Unidos a probar suerte. Don Luis les daba chamba en su restaurante y de vez en cuando les pasaba un billetito por debajo del agua, siempre y cuando no se diera cuenta su esposa doña Elvia.

Eventualmente abandonó el patrocinio del equipo, más que todo debido al alto costo que involucraba mantener un equipo ganador, ya que en esa liga tenía duros contrincantes. Entre ellos se encontraba el Xochimilco (de Stockton), patrocinado por su hermano y su restaurante. También Arroyo’s, otra fiera en la cancha y al igual de la ciudad de Stockton. En Sacramento el gran rival fue, no cabe duda, el Jalisco, un cuadro guiado y patrocinado por Raúl Mercado y su empresa el mercado Jalisco. De acuerdo con lo contado por Alfonso, fue ese señor, don Raúl, quien le dijo a Luis Leyva cómo guardar dinero dentro de los resortes de un colchón, supuestamente en forma de broma.

“Yo lo hago en casa”, le dijo Raúl, “para que no se de cuenta mi esposa”. Le explicó que le hacía un hueco a la tela frente a uno de los resortes y allí iba metiendo billetes de cien dólares cada uno, bien enrolladitos. Una vez que se llenaba el resorte, cosía la abertura y la cerraba bien. Después seguía con otro de los resortes.

Resulta que don Luis siguió el consejo de pies a cabeza, pues le gustó la idea, de acuerdo con Alfonso. Contó además que por años don Luis fue llenando los resortes del colchón de su recámara matrimonial con billetes de cien dólares, para tenerlos allí en caso de una emergencia. Nunca se lo contó a su esposa, ni a nadie más, pues según él era su propia lana.

Un día de esos de mala racha, cuando no había alma alguna en esa casa, que se daña el baño que recientemente se había construido con mano de obra barata. El accidente se originó en una segunda planta y sobre la recámara de don Luis y doña Elvia. La tubería se rompió y el agua se escapó sin misericordia, por todos lados, e inundó a granel la recámara de los Leyva. Don Luis no le dio mucha importancia, pues tenían un buen seguro el cual pagaría todos los daños causados por el accidente. En cuanto al colchón, pensaba llevárselo a un lugar discreto, medio secarlo, y sacarle los billetes, pero era algo que haría después de que finalizara sus trámites la compañía aseguradora.

Días después llegó un representante del seguro para determinar los daños causados por la inundación. Le dio la tasación a doña Elvia y le dijo que se podía deshacer de los objetos averiados. Ella estaba con ganas de reacondicionar su recámara lo más pronto posible, así que inmediatamente llamó a una persona para que se llevara todo lo afectado al basurero de la municipalidad. Esa misma tarde se limpió el lugar y el colchón con los billetes fue a parar quien sabe a donde. Don Luis se encontraba en el restaurante.

Una vez que llegó a casa y se dio cuenta de lo sucedido, cuenta Alfonso, don Luis casi se vuelve loco. Se fue al basurero de la ciudad y buscó su colchón por todos lados, pero nunca dio con él. Les preguntó a los empleados del lugar sobre el paradero del mismo, pero nadie sabía nada. Inmediatamente contactó a la persona que se había deshecho del colchón para que le indicara el lugar exacto donde lo había tirado. Al llegar los dos allí no encontraron rastro alguno de él. El colchón había desaparecido como por forma de magia. Pero don Luis, agrega Alfonso, no se dio por vencido tan fácilmente y durante varias semanas visitó a diario el basurero con la esperanza de dar con el bendito colchón. Pero nunca lo encontró.

Meses después del hecho, para tratar de desahogarse, don Luis habló con Alfonso sobre la pérdida, pues lo consideraba persona de confianza y pensó que no se lo contaría a nadie. Pero me lo contó a mí. Por supuesto, existe la posibilidad de que eso del colchón, de los billetes de a cien, y de la pérdida, fueran puras mentiras inventadas por Luis Leyva y divulgadas por su chófer. Porque acá entre nos, ambos eran cuates de cuidado. Les encantaba hacer bromas.

 

AUTOR: Pedro Chávez