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Mi abuelo, el verdadero Pedro Chávez

By July 22, 2017 No Comments

IMAGEN: Al frente y sentados, mi tío Rigoberto Chávez y mi abuelo Pedro Chávez; parados, mi papá Armando Chávez y mi tía María Chávez (de Rubio, una vez que se casó).

 

No llegué a conocer a mi abuelo por el lado paterno, pues falleció antes de que yo naciera. Sé muy poco acerca de él, excepto que era muy bien parecido, que era buen hombre de negocios y que tenía presencia. Se llamaba Pedro Chávez; de ahí viene mi nombre. Nunca supe en dónde nació y existen pocos contactos quienes me podrían proporcionar algo más de información sobre su vida. Tengo dos o tres fotos de él. La que aquí publico es una de ellas.

Buen bigote lucía el tata Pedro. Me gustaría saber si era sonorense, pues mi papá nació en ese estado, en Hermosillo, y se crió en Magdalena. Buena provincia esa de Sonora; con su trago bacanora y sus tortillas de harina delgaditas y gigantes. Cuna de la revolución mexicana también; allí se engendró esa sangrienta lucha, en las minas de cobre de Cananea. Me imagino que mi abuelo tuvo roces con esa contienda; estaba en lo mejor de su vida cuando eso ocurrió.

Alguien mencionó a través de estos medios digitales que ese tal Pedro Chávez había sido uno de los fundadores de Estación Cuervos (ahora Ciudad Morelos, Baja California). Y que fue dueño de un montón de terrenos por esos lares. Yo lo dudo, porque toda esa tierra era entonces de los gringos. El gobierno de don Porfirio se las había regalado. Pero nunca sabe uno que fue o que no fue, pues poca información existe sobre esos tiempos.

Algo que sí sé es que mi abuelo fue muy aventado con su vida y en el mundo de los negocios. Eso me lo contó mi mamá. No sé de dónde sacó ella esa información, pero me imagino que se la contó mi tía María, quien vivía en la avenida Lerdo 1001. Si mi tía estuviera viva, me iría como bala a Mexicali para que me contara todo lo que recordara sobre mi abuelo (su papá). Sé también que Pedro Chávez, el original, se codeaba con algunos comerciantes del otro lado, en Calexico. Era muy amigo de Sam Ellis. Eso me lo contó mi papá.

Me imagino que no murió rico, porque los ricos les heredan la lana a la descendencia. Que yo sepa, a nosotros no nos dejaron nada. Yo nací pobre, en el otro lado de la calle donde vivía mi tía María. Ella sí era rica. Nosotros vivíamos en una casita bien chiquitita cerca de un barranco que traía las aguas negras de La Jabonera. Allí nací yo. No recuerdo mucho de esos tiempos excepto que en una ocasión casi me muero por ingerir demasiadas enchiladas. Es que me gustaban mucho; eso también me lo contó mi mamá. Eso es lo malo, a uno le tienen que andar contando las cosas para saber como era uno en esa etapa de la infancia.

Entre paréntesis, todavía me encantan las enchiladas. Nada más que las de ahora ya no son iguales. Mi mamá sí que las sabía hacer. Nada de horno ni nada. Metía las tortillas en un sartén con chile hirviendo y una vez bien bañaditas con ese chile las sacaba como si nada, con los dedos pelones. Pobrecita mi mamá. Se quemaba los dedos haciendo esas enchiladas. Pero sí que estaban sabrosas esa canijas.

Mi papá, quien nació en 1911, un año después que empezara la revolución, no mencionó mucho a mi abuelo. A la mejor fue porque yo no se lo pregunté. Posiblemente también porque no se llevaba bien con él; uno nunca sabe. Yo creo que mi papá era muy diferente, no como su papá. Era medio poeta. En los años treinta trabajó como tractorista para compañías gringas en el valle de Mexicali, antes de que esas tierras fueran asaltadas por mis otros antepasados; por mi tío José Ángel y mi tata Nacho, el papá de mi mamá y mi abuelo por el lado materno.

Buen hombre ese otro abuelo, mi tata Nacho. Era michoacano, muy trabajador y bueno para los negocios también. Tuvo tienditas de abarrotes hasta casi el final de sus días. Parecía que todo mundo lo conocía en Paredones, Baja California. Pero de él sé mucho; lo conocí bien. Le encantaba tomarse sus traguitos de tequila. Era su medicina, él decía. Curaban hasta el peor de los resfriados, según él.

Mi tata Nacho, no cabe duda, era un hombre fuerte y positivo. Recuerdo cuando nos visitaba en la colonia Cuauhtémoc con su gran camión después de dejar su carga de algodón en La Jabonera. Colocaba las pacas de pesos en las dos bolsa de su camisa. Se sentía orgulloso de sus triunfos mi tata. Casi siempre nos traía un juego de vasos de vidrio; odiaba los de plástico, los que usábamos nosotros porque no se quebraban. A los que sí les iba mal eran los de vidrio, los que él nos traía. No duraban mucho.

Como ya se los dije, a ese tata sí que lo conocí bien, a mi tata Nacho, pero no a Pedro Chávez, al original, cuyo nombre me tocó heredar. Acá entre nos, me gustaría saber si tengo algo de él, aunque lo dudo que lo tenga. Claro, a mi me encantan los negocios, al igual que a él, pero parece que yo siempre meto la pata. Eso sí, siempre ando buscando el triunfo. Otra cosa: mi mamá me contó además, cuando estaba viva, que mi tata Pedro era muy enamorado y que muchas mujeres andaban detrás de él.

Ya ven, no heredé nada de ese tata.

 

AUTOR: Pedro Chávez