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Los reencuentros a veces no me apetecen

By August 6, 2017 No Comments

IMAGEN: Un servidor, de izquierda a derecha, Ed Rasimus, Carlos Lerma y Bill Stroud. Mayo del 2012.

 

 

La primera semana de noviembre se va celebrar un reencuentro de nosotros los ex compañeros del escuadrón táctico de aviones caza 613. El rendezvous se va llevar a cabo en San Antonio, Texas. Ya me apunté para ir, pues no me queda lejos, pero a la mejor no voy. Uno nunca sabe que se le vaya atravesar a uno. En tres ocasiones anteriores me he apuntado para ir, pero a la hora de la hora no fui. Esas tres reuniones fueron en el estado de Florida. La última ocurrió hace poco más de dos años. No me acuerdo que pasó, pero resultó también que no me presenté. Sin embargo, durante los últimos siete años tuvimos varios mini reencuentros en el norte de Texas. En ellos participamos tres de nosotros; cuatro en uno en mayo del 2012. Después les cuento un poco más sobre esas reuniones.

El escuadrón 613 fue el último en el cual serví en la fuerza aérea; era parte del ala aérea de la base de Torrejón, en las afueras de Madrid, España. Estuve allí por tres años, pero una tercera parte del tiempo la pasé en Turquía; éramos tres escuadrones y cada uno de ellos se turnaba y pasaba allí por todo un mes defendiendo al Occidente de los soviéticos durante la guerra fría. Estábamos acantonados cerca de la ciudad de Adana, en el sur de ese histórico país.

Era bonita Turquía, pero no le llegaba ni a los talones a España, a pesar de que Franco todavía estaba vivo y que poco antes de morir prohibió que se tocara la música mexicana en todo el país; fue represalia, ya que México se había quejado por el fusilamiento de varios rebeldes antifranquistas. Tampoco dejaba que los enamorados de mentiritas (los de las películas) se besaran en las escenas. Después de que murió, en 1975, esa gente de la madre patria se volvió loca. No por el fallecimiento del generalísimo, sino por el libertinaje que se desató una vez que lo enterraron. En las películas las actrices se quitaban todos los trapos de arriba sin excusa alguna. Lo llamaron el destape. Yo cerraba los ojos para no ver esas escenas, por supuesto. España cambió.

Regresando al tema de los reencuentros, les voy a confesar algo, no me apetece mucho eso de volverse a ver de nuevo. Con los años uno cambia y ya no somos los que antes fuimos, física y mentalmente. Más gorditos, menos aventados, más dogmáticos, menos locos. Somos diferentes. En el caso de mis cuates del escuadrón 613, a muchos de mis ex compañeros les gusta jugar golf; yo no juego ese deporte de ricos. Algunos quieren hablar de política; yo ya les advertí: “no politics”. Es que conozco bien a los changuitos; están cortados a la antigua, cuando el país era más que todo de la gente blanca. Lo bueno es que las cosas han cambiado.

Varios de esos camaradas de antaño no están de acuerdo con lo que escribo en un blog que tengo en inglés, en el cual toco temas que tienen que ver con la política y con nosotros los “Mexicans” en Estados Unidos y con las injusticias que acontecen en este país. El blog se llama “The Mexican Next Door” (el vecino mexicano). Yo creo que a muchos de ellos les duele lo que digo; como dicen, la verdad no peca, pero incomoda.

A pesar de esos roces en el mundo cibernético, pienso ir al reencuentro en San Antonio y pasar un buen rato con ellos, al lado del río que cruza en el centro de esa ciudad. Las esposas van asistir también, por lo cual creo que las pláticas se van a enfocar en temas aptos para ellas. Va ser bonito ver de nuevo a todos esos amigazos. Desafortunadamente varios de ellos ya colgaron los tenis y van a estar allí sólo en espíritu. Es triste. Algunos de esos cuates se mataron en avionazos, a uno le cayó su carro encima cuando la hacía de mecánico, otros murieron de enfermedades, a un puñado los mató la vejez.

En la foto que aquí incluyo, por ejemplo, se encuentra uno que se murió de cáncer; otro está vivo, pero no entiende nada (perdió la memoria). La imagen es de mayo del 2012, tomada en la casa del coronel Carlos Lerma (tercero de izquierda a derecha). Días antes de tomar esta foto se había celebrado un reencuentro del escuadrón en Clearwater, Florida. Bill Stroud (en la derecha), quien vive en Alemania, había estado en ese reencuentro, pero después pasó por el norte de Texas para visitar a Ed Rasimus (segundo de izquierda a derecha) antes de regresarse a Europa.

Ed no le había dicho a Bill que íbamos a tener un mini reencuentro en el norte de Texas y que otros dos ex compañeros participaríamos en el mismo. Era un plan secreto concertado por Ed. Fue una gran sorpresa para Bill ver a Carlos y a mí después de casi treinta y cinco años. El coronel se puso una gorra de piloto que él usaba cuando estuvo por primera vez en Vietnam; a mí me reconoció porque ya estábamos en contacto por medio de Facebook. Fue bonita esa sorpresa; después nos fuimos a la casa de Carlos a seguir la pachanga.

Un mes después de esa cita, Ed me avisó por correo electrónico que su doctor le había dado malas noticias, que tenía cáncer del esófago. Siete meses después falleció. Nunca lo vi de nuevo; él no quería que otros lo vieran en ese estado. Fue triste. Yo le escribí una oda y se la envié por correo normal. Su esposa me contó que la leyó antes de morir y que le había gustado. Agregó que la pensaban leer durante los servicios fúnebres en el cementerio nacional de Arlington, en Virginia, el mismo lugar donde se encuentra la tumba de Kennedy. Enterraron a Ed con honores de héroe militar tres meses después. Él había fungido como jefe de operaciones en el escuadrón 613; también escribió tres libros sobre la guerra aérea en Vietnam. Apenas tenía setenta y un años de edad.

A Carlos también le fue mal. Hace más o menos tres años volcó su carro varias veces y se dio en la torre. El accidente ocurrió cerca de su casa. No falleció, pero perdió parte de la memoria. Yo lo visité en el hospital una semana después del traspié. Estaba lleno de moretones, pero todavía hablaba más o menos bien y además me medio reconoció. Le dijo a su esposa, quien estaba presente, que había volado conmigo en México. No quise corregirlo y decirle que había sido en España, pero en forma de broma le pregunté que si quería una cerveza.

“¿Las tienen aquí?” preguntó. De eso sí se acordó bien el coronel.

Semanas después ya no se acordó de nada. Me imagino que lo inyectaron con sedantes ultra fuertes para que no tratara de escaparse del hospital, pues odiaba estar encerrado. La última vez que lo vi fue en uno de esos lugares donde albergan a personas que han perdido la memoria. Hablé con él sobre aviones, sobre otras cosas e incluso le pregunté que si quería una cerveza, pero no me entendió ni me reconoció. Fue como hablarle a un gran muñeco de juguete bien vestido y bien arregladito.

Antes de que se accidentara nos reuníamos de vez en cuando para jugar ráquetbol; después nos echábamos una cerveza. La última vez que lo vi sano fue en el bar de un restaurante Pizza Hut, junto al estadio de fútbol que en aquel entonces llevaba el mismo nombre, en Frisco, Texas. Quería que lo ayudara a inscribirse para el reencuentro del escuadrón de ese año. Quedamos que nos reuniríamos allí mismo una semana más tarde; y que yo traería mi computadora para tramitar su inscripción en línea.

Nunca tramitamos nada ni nos reunimos de nuevo. Días después de vernos por última vez, cuando su memoria todavía funcionaba, fue cuando volcó su carro. Sucedió una semana antes de cumplir ochenta años de vida. Su esposa le tenía preparada un fiesta sorpresa para celebrar ese cumpleaños. Un día antes del evento la llamé para confirmar el lugar de la celebración. Fue cuando me informé sobre su accidente.

Así es la vida; eventualmente se acaba. Es por eso que hay que gozarla cuando uno está vivo y la memoria todavía funciona. Y de vez en cuando reunirse con los amigos de antaño, a pesar de que algunos de ellos estén todavía viviendo en otra era, cuando la segregación racial aún reinaba en este país.

Pero no voy a hablar sobre ese tema durante el reencuentro. Como dije, “no politics”.

 

AUTOR: Pedro Chávez