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Todos somos criaturas de hábitos

By April 23, 2018 No Comments

IMAGEN: Oreo, un Shi Tzu cruzado con caniche (Poodle), cuando era todavía un cachorro.

 

Tengo algo diferente que contarles. Se me prendió el foquito después de decirle algo a Oreo, al perro de mi hija, el que heredé hace años cuando ella se fue a la universidad. El can todavía vive con nosotros, y aunque nuestra hija ya se graduó y ya trabaja, el perro no puede quedarse con ella por diferentes razones. Además, Oreo es mi cuate.

Casi todas las noches, después de cenar y echarme la requerida ducha, me preparo una cubita antes de irme al cuarto de arriba, el que antes era amarillo pero que ahora es de un color medio gris, casi crema, porque mi hija lo pintó de ese color para que encajara mejor conmigo. Después de agregarle el ron al vaso con Coca Cola y hielo y de exprimirle un poco de limón y luego mezclar el trago con el dedo, Oreo se aparece a mi lado, sin falta, con su hueso de juguete en su hocico y moviendo su cola. Como que ya sabe que nos toca irnos a la segunda planta.

—Qué inteligente que eres —le dije en una reciente ocasión, aunque después me puse a pensar sobre lo que yo le había dicho y sobre las cosas que hacen los perros.

Una vez deliberado el asunto en mi mente, concluí que dicho actuar de los canes a veces no tiene nada que ver con la inteligencia. Son los reflejos condicionados los que causan muchas de esas acciones. Eso lo descubrió hace más de cien años el fisiólogo ruso Iván Petróvich Pávlov. Es que Oreo ya me conoce y sabe bien que después de prepararme la cubita, casi siempre me arranco hacia al cuarto gris a ponerme a escribir. Así son los perros, poseen una perspicaz astucia para adivinar lo que van a hacer sus amos.

Pero nosotros los humanos estamos condicionados también. Se nota a leguas y los perros están bien conscientes de ello. Somos criaturas de hábitos, no cabe duda. Eso digo yo. Somos predecibles y generalmente actuamos sin pensarlo dos veces. Más que todo cuando de comida se trata. Nos gusta tal platillo porque ya nos gustó antes y porque nos acostumbramos a comerlo hace ya rato y a la mejor también porque era uno de los manjares que preparaba nuestra madre. O quizás porque era uno de los antojos que se vendían en el puesto de la esquina cuando chamacos. Es que somos así los humanos; somos de hábitos.

La nostalgia es uno de los factores que ayudan a formar esos hábitos mundanos; eso sí que es muy cierto. Nos trasladamos al pasado y si algo nos gustó en ese antaño, nos sigue gustando. Los tacos de aquel lugar tal y tal, por ejemplo, grasosos pero sabrosos, de acuerdo con lo recordado. Tacos expendidos en tenderetes donde abundaban los perros que se metían por todos lados como Pedro por su casa, esperando, por supuesto, que se cayese algo al suelo. Soñamos también con los frijoles de la olla que comíamos en casa, con tortillas de harina recién hechas, solas o untadas con mantequilla, la verdadera, la del venadito. ¡Ah que lindos recuerdos nos trae la nostalgia!

Pero regresando a lo de Oreo y eso de su supuesta inteligencia, debo confesar que más que listo es un perro independiente. Es como los gatos, diría yo. Una vez en la segunda planta se olvida de mí, se tira sobre la alfombra, frente a una baranda de un pasillo con vista a la calle. Se pone a roer su hueso sintético, siempre atento a los ruidos que provienen de afuera y a los potenciales peligros que sinrazón de seguro atormentan a los perros chicos. Según él cuida la casa. Después se echa a dormir sobre uno de sus lados, estirando sus patas completamente, pero con uno de sus ojos bien pelón y una de sus orejas igual de atenta. A veces se duerme por completo y casi nada lo despierta. Hasta cuando apago la computadora y de seguro escucha un peculiar sonido que él reconoce, pero que es imperceptible para el oído humano.

Yo me quedo sentado un rato, a veces para que el aparato electrónico termine de apagarse o para disfrutar las últimas gotas de la cubita. Si no me levanto con premura, Oreo se viene hacia mí y con sus patas me da rasguños en la pierna. Entiendo exactamente lo que quiere. Me toca sacarlo a la calle para que haga sus cosas y después él pueda dormir a gusto. Yo hago lo mismo, sólo que dentro de la casa y en el lugar apropiado, como Dios manda.

Ya se los había dicho antes, tanto los perros como nosotros los humanos somos seres de hábitos.

 

AUTOR: Pedro Chávez