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Todos los días son días de las madres

By May 3, 2018 May 7th, 2022 No Comments

IMAGEN: Nuestra madre a los veinte años de edad.

Foto retocada, como se hacía en aquellos tiempos.

Ya se acerca el día de las madres. En México cae en el diez de mayo; en Estados Unidos se celebra en el segundo domingo de dicho mes. En Costa Rica, el país en donde nació mi esposa, es en agosto. El quince, creo. Para mí, todos los días son días de las mamás. Después de todo, casi todas ellas siempre se portan de esa manera, como mamás, no importa de qué día del año se trate.

Mi mamá fue muy especial. Bueno, digo mi mamá, aunque la mera verdad, ella fue nuestra mamá, la de todos nosotros. Cinco machos y cinco hembras. A todos nos quería bien igualito. Así son las mamás, ellas no andan con preferencias, a pesar de que en mi país, en México, a los más blanquitos como que los quieren más. Es que somos bien malinchistas. Pero para qué les cuento de eso ahora. Vale más que me concentre y sólo hable de lo chulas que son las mamás.

Como ya les decía, la nuestra fue a todo dar. Su nombre de pila fue Lydia García Espinoza. Nació en el año veintiséis. Era bien trabajadora y bien entrona. Era michoacana, de sangre purépecha, mujer de campo. Llegó a Mexicali cuando apenas tenía nueve años de edad. Vivió en la colonia Silva. Mi abuelo fue uno de esos campesinos que llegaron con sus familias durante el asalto a las tierras cachanillas, a recuperar lo que les pertenecía. Lo que la revolución les había prometido.

Cuando yo nací, nuestra mamá estaba bien chamaca. Acababa de cumplir los veinte años de edad. A pesar de que yo fui el segundo. Ya había nacido mi hermana Amanda. Ella fue la mayor. Pero así era en aquellos tiempos, las mujeres se convertían en mamás a muy temprana edad. No se esperaba mucho de las mujeres entonces, entre paréntesis, más de que ser mamás y buenas amas de casa. Pero nuestra madre fue diferente. Le gustaba el negocio. Es que así eran su papá y su propia mamá.

Trató de hacer de todo, de todo tipo de empresas, pero a lo que le pegó fue a la falluca. Vendíamos zapatos a pagos de casa en casa en las colonias Cuauhtémoc y Pro-Hogar. Nos fue bien. Amanda, mi hermana mayor, y yo le ayudábamos. Después nos fuimos a los Estados Unidos. Ése fue otro rollo.

Pero regresando a lo del día de las madres, déjenme decirles que cuando nuestras mamás están vivas, parece que todos los días son más bien días de los hijos. Así pasó conmigo. Cada vez que la visitaba, siempre me engalanaba con esto y lo otro. A pesar de que yo le decía que no se molestara. A ella no le importaba y como en forma de magia preparaba ricos manjares, de esos que uno disfruta con ganas y sin parar de comer hasta chupar la última gota embarrada en nuestros dedos. Lo que más me gustaba era el menudo (mondongo a la mexicana, una especie de sopa), con pata, cilantro, cebollita, limoncito y bastante chile. Y un altero de tortillas de maíz.

Recuerdo la última vez que me despedí de ella, cuando todavía la ayudaban sus cinco sentidos. Me dio un gran abrazo en la puerta de su casa. También un beso en la mejilla. Ella nunca había sido así, así de cariñosa. Es que casi todas esas mamás fuertes, a las que les toca ser el pilar de nuestras familias, siempre fueron bien reservadas. Me sorprendió su afecto. Pero nunca lo he olvidado y nunca lo olvidaré. Me imagino que ella presentía que le quedaban pocos días de vida y me quería dejar un buen recuerdo.

Así son las mamás. Especialmente la de nosotros. Nos disciplinó, nos cuidó, y nos complació. Y a todos nos quiso montones. Por igual.

AUTOR: Pedro Chávez