
IMAGEN: Palacio de gobierno en los años cincuenta. Ahora es la sede de la UABC.
ÚLTIMOS TRES PÁRRAFOS DEL RELATO ANTERIOR:
Estuvieron en el taller por más de dos horas. Martita preguntó muy poco; más bien se enfocó en observar. Consideró que era importante no interrumpir mucho a su tío para que no se distrajera demasiado. Después de todo, tenía varios aparatos que reparar esa tarde. Luciano, por su parte, explicó este paso y el otro mientras arreglaba esos utensilios. Le impresionó el comportamiento de su sobrina, pues se mantuvo callada, pero atenta a lo que sucedía. Es buen estudiante, se dijo a sí mismo.
A eso de las dos de la tarde entró Luz al taller para decirle a su esposo que la comida estaba lista. Le sorprendió ver a su sobrina allí. Según ella la niña se encontraba en su cuarto, ordenándolo, o a la mejor leyendo uno de sus libros.
—Martita, ¿qué estás haciendo aquí? —le preguntó la tía.
DÉCIMA SEGUNDA PARTE:
—Estoy aprendiendo a reparar artefactos eléctricos —contestó Martita.
—Pensé que estabas en tu cuarto. ¿Para qué quieres aprender eso?
—Porque me gusta —agregó. La tía abandonó el asunto y mas bien les dijo a los dos que se apuraran y se fueran a comer, antes de que se enfriara lo que ella había preparado.
Luz y Luciano nunca tuvieron hijos, aunque los desearon y trataron de procrearlos por años. Con tal de encontrar la causa de la infertilidad, él se sometió a varios exámenes médicos con un especialista en la materia, pero pronto se determinó que él no era el causante de dicho problema. Cuando el doctor propuso que también Luz se sometiera a una serie de exámenes, ella optó por no hacerlo. Dijo que en su familia nunca habían tenido mujeres estériles y que no tenía sentido que la examinaran. Con el pasar de los años, ambos aceptaron que en ese hogar no habrían descendientes y que era mejor seguir adelante con sus vidas y reconocer que no era para ellos el tener que criar y lidiar con chamacos.
Una vez sentados a la mesa, Luciano comentó que le había sorprendido la rapidez con la que Martita absorbía la información relacionada con los quehaceres del taller.
—La muchacha es una esponja —agregó.
—Ya lo trae en la sangre. Nuestro padre era igual de listo —dijo Luz. Trató como pudo para decir algo positivo.
—Muchas gracias; los dos son muy amables —contestó Martita—. Pero no todo lo aprendo así de rápido. Ya se darán cuenta.
Todavía faltaba más de una semana para que empezaran las clases en la secundaria, por lo cual Martita aprovechó esos días para dedicarlos a las labores del taller del tío. Pronto aprendió cómo soldar y también reparar algunos aparatos eléctricos pequeños. Aunque a veces se trababa en ciertos quehaceres, generalmente no molestaba a Luciano, para no quitarle tiempo y dejarlo hacer su trabajo. Prefería tratar de encontrar por su propia cuenta las soluciones requeridas para efectuar dichas reparaciones. Pero a su tío le gustaba interactuar con ella y aprovechaba la más insignificante excusa para entablar plática con su perspicaz sobrina. A pesar de conocerla por poco tiempo, pronto aprendió a entenderla, a quererla y aceptarla como parte intrínseca de esa familia. En cierta forma Martita representaba la hija o el hijo que nunca habían tenido.
Luz, por su parte, no sentía lo mismo y más bien empezó a resentir la presencia de su sobrina. Le molestaba más que todo verla laborando en el taller junto a su esposo y verlo a él feliz, disfrutando la compañía de esa joven llena de vida. Debido a los giros que la mente de Luz daba, la presencia de Martita se convirtió además en un angustioso recordatorio de su infertilidad y de su falta de capacidad para llegar a ser madre. A pesar de tratar de quererla por ser hija de su hermana, conforme pasaban los días Luz empezó a detestarla hasta llegar a desearle lo peor. Le pedía a dios que le fuera mal en la escuela para que se regresara al rancho. También le entraron los celos. Aunque trató de ocultarlos, su proceder la delataba. No eran de esos celos que ocurren entre mujeres, por diferentes razones, sino celos de madrastra mala, las que maltratan a los hijos que ellas no parieron.
Luciano, un hombre bonachón hecho a la antigua, no se dio cuenta del martirio que hostigaba a su esposa, pues era de ese tipo de personas que no ven mal donde mal no hay, pero sí notó cambios en su comportamiento. No le entró la curiosidad de preguntarle si algo le molestaba, ya que según él, era preferible callar que meterse en camisas de once varas. Pero se imaginaba que tenía que ver con la sobrina y su estadía en esa casa.
Ya entrado el mes de septiembre, Martita empezó su añorada educación secundaria. Aunque insistió en irse a la escuela en un autobús, Luciano decidió llevarla en su auto. Luz los acompañó. La secundaria Dieciocho se encontraba bastante lejos del lugar donde ellos vivían, sin embargo, una vez concluida la jornada escolar de ese día, Martita decidió regresarse a casa a pie. Ya estaba acostumbrada a dar grandes caminatas; lo había hecho mil veces en el rancho. Además, el andar por esas calles mexicalenses le ayudó a despabilarse un poco, ya que ese primer día de clases había sido enredado y agotador. El camino era casi recto. Primero se dirigió hacia el este hasta llegar al palacio de gobierno y después se fue hacia el sur sobre la Calle F. Al igual que ella, otros estudiantes también iban con rumbo hacia la colonia Industrial. Al llegar a casa Martita se encontraba completamente empapada.
—¿Por qué sudas tanto? —le preguntó su tía al verla llegar.
—Es que me vine caminando —contestó Martita.
—¡Hay, hija! ¡No me digas que no llevaste dinero para el pasaje del camión! —agregó su tía Luz, quien parecía andar de buen humor.
—No, sí lo llevé, pero quería aprender bien el camino a la escuela.
Poco después de llegar a casa, Martita se puso a revisar todas las notas que había tomado durante las diferentes clases. Hizo también una lista de todos los libros que tenía que comprar. Varios maestros dijeron que los vendían en una librería sobre la Avenida Madero, en el centro de la ciudad, frente al correo. Aunque advirtieron que tendrían toda una semana para adquirirlos, Martita pensaba comprarlos el siguiente día, después de clases, ya que los quería tener a la mano lo más pronto posible para adelantar las tareas. No tenía idea cuánto iban a costar, pero estaba segura que tenía suficiente dinero para sufragar la compra de todos los libros. Su papá le había entregado un sobre con un monto expresamente destinado para dicho gasto, pero por el momento Martita no recordaba dónde había guardado dicho sobre. «Después lo buscaré», se dijo a sí misma.
Quería descansar un poco, pues se sentía agotada. Se recostó sobre la cama, jaló la almohada y la colocó debajo de su cabeza. Le recordó cuando hacía lo mismo en el rancho después de corretear detrás de las gallinas para meterlas al corral y luego se iba a uno de los cuartos a descansar un poco. «Ahora es diferente», se dijo a sí misma y acomodó bien su cabeza sobre la almohada. Su mente se regresó al rancho y a imágenes de años atrás. Vio a su papá. Lo vio limpiando los surcos; también ordeñando vacas. Luego vio a su mamá y a varios de sus hermanos, pero para entonces las imágenes no tenían sentido. Unos segundos después se quedó dormida.
AUTOR: Pedro Chávez
PRÓXIMAMENTE: La décima tercera parte de este relato.