IMAGEN: Nuestra madre en la sección trasera de nuestra propiedad en la colonia Cuauhtémoc.
Me encontré esta foto hace unas horas; se trata de la imagen que adorna este relato. Ya la había visto antes, pero estaba traspapelada. Es una foto interesante, la cual me dice mil cosas. Al igual que muchas otras fotos del otrora. Ésta fue tomada en la parte de atrás del lote de nuestra casa, en la colonia Cuauhtémoc, en el 179 de la avenida Honduras, allá por los años cincuenta. Esa es nuestra madre, la de la imagen, junto a esas gallinas, aunque creo que en ese entonces sólo eran pollos que iban en camino para convertirse en gallos y gallinas. A nuestra madre, Lydia García Espinoza, le gustaba criar esas aves, para que eventualmente dieran huevos o para que se convirtieran en nuestro pan de cada día. Ella era bien emprendedora. Siempre andaba pensando en este negocio o el otro. Casi nunca tuvo éxito, pero nunca se echó para atrás. «Quien no se arriesga no cruza la mar», nos decía. Era muy «aventada», como decimos los mexicanos.
Acá entre nos, fue una madre a todo dar. Nos enseñó a trabajar, a estudiar, a no decir mentiras, a respetar a los demás, y a soñar. Lo hizo con palabras bonitas, pero también a punta de varas de cachanilla, una yerba que abundaba en ese pueblo en el que crecimos. Con ellas nos pegaba cuando no hacíamos caso. Así era en aquellos tiempos, a las mamás les tocaba disciplinar a los «huercos», mientras los papás andaban en la chamba. Yo creo que fue muy efectiva su labor de mamá mandona; todos salimos bien portaditos. Digo yo. Por mi parte, yo se lo agradezco montones.
Era de Michoacán, de Tlazazalca, un pueblito en las cercanías de Zamora. Allí vivió hasta los ocho o nueve años de edad, cuando ella y el resto de la familia García Espinoza se establecieron en la colonia Silva, en el valle de Mexicali. Eso ocurrió a fines de los años treinta. Allí siguió creciendo y gozando la vida campestre, la dicha del rancho. En 1944 se juntó con quien sería nuestro padre, Armando Chávez Millán. Alquilaron una casita en la avenida Lerdo, en el costado sur, junto al barranco. Allí nací yo. Eventualmente nos fuimos a vivir a la colonia Cuauhtémoc.
En esa nueva colonia trabajó duro. Sin descanso. Sembró la tierra, la cultivó y le sacó jugo. Con pala y azadón en mano hizo de las suyas y vio crecer naranjos, toronjos y palmeras, repletas de dátiles. Plantó al igual granados, higueras y viñedos. Crió animales, conejos, gallinas, patos, gansos. Vendió zapatos también, de casa en casa. Aunque le fue bien con lo de los zapatos, había ya varios fracasos en eso de los negocios. Mejor ni lo cuento. Lo importante fue que siempre tuvo ese arrojo para tirarse al ruedo. Así era ella. Entrona. Soñó y trató de alcanzar las estrellas, y de cierta forma lo hizo. Nunca se rajó ni se echó para atrás o se desanimó.
En el fondo de la foto se encuentran varios gallineros que también sirvieron de jaulas para conejos. Teníamos un montón de ellos, que dizque para vendérselos a los chinos, a los dueños de restaurantes. Pero ese dichoso final nunca llegó. Un día de esos cayó una inclemente tormenta que inundó calles, predios y todo aquello que se postró a su camino. Las cuevas de los conejos se llenaron de agua y todos esos animales murieron. Pobrecitos conejos y pobrecitos nosotros. El negocio se vino abajo. Al igual que esa inalcanzable quimera.
Después criamos palomas, supuestamente para también venderlas a los restaurantes chinos. Les construimos palomares, les dábamos de comer granos de maíz, del bueno, de ese que es sólo para animales de engorda. Pero nunca les cortamos las alas y un día de esos, cuando mejores manjares las invitaron, las palomas nos abandonaron. Se fueron a vivir a la escuela Presidente Alemán, al otro lado de la calle. Allí llegaban los chinos a llevárselas a sus restaurantes. Les echaban alimento en el pasto y allí las atrapaban.
Eventualmente nos fuimos a los Estados Unidos a buscar mejor fortuna. Pero ese tiempo vivido en Mexicali y en la colonia Cuauhtémoc nunca se me va a olvidar. Allí aprendí a portarme bien y a estudiar. Y a no rajarme. Porque nuestra madre así lo exigió. Gracias mamá.
AUTOR: Pedro Chávez
Historia muy parecida…. Mi abuela tambien era de michoacan ( yurecuaro) y vivio toda su vida en el valle de mexicali…1 hija y muchos nietos emigrarn a los estados unidos pues siguieron los pasos de mi abuelo que trabajo en usa en los anos 70….bonitos recuerdos….solo los recuerdos quedan.
Gracias Gina. Saludos.
e encantó su relató, se me aguaron los ojos y me viene como anillo al dedo sr. PEDRO, su nueva fiel lectora: Anny Lacruz, desde Mérida Venezuela
Gracias Anny; me imagino que en ti cunde el alma llanera. Saludos.