IMAGEN: El perrito Oreo cuidando la casa. Foto tomada por Vanessa Chávez.
ME LLAMO OREO, COMO LAS GALLETAS
Me llamo Oreo, como las galletas. Las de color blanco y negro. Soy un perro, un shih poo, una mezcla entre shih tzu y poodle. Me gusta mi nombre y también mi apariencia. Soy pequeño y tengo mucho pelo. Soy de color blanco, pero luzco varias manchas negras, más que todo en mi espalda, en la parte de arriba de mi cabeza, y en mis orejas. También alrededor de mis ojos, pero esas son manchas pequeñas. Sé cómo me miro porque me he visto en el espejo de uno de los vestidores. La primera vez que vi mi reflección nunca me imaginé que dicha imagen fuera la mía; según yo se trataba de otro perro, el cual se había metido a la casa. Así que le ladré con ganas, pero ahí mismo se quedó. Eventualmente supe que se trataba de un espejo. No me gustan los espejos.
Nací hace más o menos diez años. Eso es lo que me cuentan. Entre paréntesis, esos son años humanos. Creo que estoy medio viejo; ya no corro como lo hacía antes y además a menudo me pongo de mal genio. Me han dicho que soy de pocas pulgas. Eso es lo que mi media-hermana me dice cuando nos visita y se queda con nosotros. Ella está muy joven y es súper activa. Es una cocker española que se llama Mika. Su pelaje es de un color café oscuro, pero tiene pequeñas manchas blancas. Sus ojos son bien grandes, también son de color café oscuro. Digo que es mi media-hermana, pero acá entre nos, no tenemos parentesco alguno. Mika vive con la hija de mi amo, una mujer joven, quien fue la que me trajo a esta casa cuando yo estaba recién nacido. Ella vivía aquí en ese entonces, antes de que se fuera a la universidad. Me cae a todo dar esa muchacha y me pongo bien contento cuando nos visita. Yo creo que ese cariño es mutuo.
A Mika le encanta andar jugando, pero a mí no. Yo prefiero dedicarme a cuidar la casa y asegurarme de que no se meta ningún extraño. Ladro montones; así es como protejo nuestro hogar. Mika casi no ladraba antes, pero ahora sí lo hace, aunque sólo de vez en cuando y más que todo cuando yo ladro. Es una perra grande con patas enormes. Es buena onda, excepto cuando subimos la escalera que da al piso de arriba. Se me adelanta y después se para a medio camino para no dejar que yo pase. Es difícil esquivarla, especialmente cuando levanta una de sus patotas para cortarme el paso. Es que es muy juguetona. A veces le entra la locura de correr por todos lados y no deja de hacerlo hasta estar completamente agotada. Yo sólo corro así en ciertas ocasiones, como por ejemplo, después de que me bañan. Corro como loco para que se me seque el pelaje. La mayoría del tiempo prefiero descansar en la planta alta, junto a una baranda con rejas que da a la calle y desde allí cuido la casa para que nadie se meta. Me gusta hacer eso y ser un perro guardián.
Creo que casi siempre me porto bien, aunque no esté de acuerdo la esposa de mi amo. Ella cree lo contrario. Me da grandes gritos cuando no paro de ladrar, más que todo cuando sus amigas la visitan. A muchas de ellas les gusta tocarme y hablarme en un lenguaje de chiquitos. No me gusta que me hablen como si yo fuera un bebé. Ese habladito es más bien para los humanos. Una vez que me cercioro de la identidad de esas visitas, me regreso a la planta alta, me acuesto junto a la baranda y a través de la ventana observo bien la calle. Es un buen punto para ver todo. Cada vez que pasa un auto me pongo a ladrar para que se den cuenta que estoy cuidando la casa. También pasan por allí grandes camiones de carga y a veces paran para dejar paquetes en algunos de esos hogares. Yo les ladro bien duro y repetidamente, para que me escuchen y se den cuenta que estoy cuidando la vecindad. Vivimos en una rotonda, así que es fácil observar todo lo que por allí transita. Especialmente desde la segunda planta y a través de la gran ventana ubicada frente a la baranda. Creo que ya lo dije antes, pero me encanta mi trabajo y ser un buen perro guardián.
AUTOR: Pedro Chávez