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Se acerca otro cumpleaños, el número 74

By July 18, 2020 No Comments

IMAGEN: Palmera cocotera con pipas, Panamá, República de Panamá.

Cuando uno está viejito, uno nunca sabe si va a lograr llegar al siguiente cumpleaños, especialmente ahora con eso del nuevo coronavirus, el COVID-19, esa cruel epidemia que por meses ha aterrorizado al planeta y causado estragos a diestra y siniestra. Se debe a ello que me he quedado bien quedito y no he anunciado de antemano que este domingo diecinueve de julio le voy a llegar a los setenta y cuatro abriles. Bueno, a los setenta y cuatro julios. Es que no hay que cantar victoria hasta llegar a la meta. Pero ya solo queda menos de un día para que eso ocurra, así que me atrevo a anunciar la escalada de ese peldaño, el cumpleaños número 74.

Me gustaría anunciar también que los años no han pasado en vano. Ya no soy el de antes, a pesar de que de vez en cuando me creo un súper hombre (un Superman). Lo mismo le pasa a Oreo, al perrito que heredé cuando nuestra hija se fue a la universidad. Él a veces se cree un súper can y trata de subir la escalera de la casa con ligereza, como lo hacía antes, cuando era todavía un cachorro.

En mi caso, por supuesto, tampoco tengo la agilidad que tenía en mis años mozos, cuando jugaba fútbol o cuando en una ocasión trepé una palmera para impresionar a unas chamacas. Se trata de una inolvidable anécdota, de algo que ocurrió en La Chorrera, en Panamá, y en la casa de un compañero de la Fuerza Aérea, en la primavera del año 1969. Varios de nosotros nos habíamos reunido en dicho lugar para celebrar no recuerdo qué. Era una casa como muchas, rodeada de árboles y de palmeras atiborradas con pipas (cocos todavía medio verdes). Para satisfacer el pedido de una muchacha que quería tomar el jugo de esa fruta, me atreví a escalar una de las cocoteras para bajarle una pipa. La subida no fue tan difícil, pero la bajada fue diferente. Y ahí estuvo el detalle, como diría Cantinflas. Gracias a las fuerzas físicas de gravedad, bajé como bala, desangrando ambos bíceps, ya que me resbalé y me resbalé. A pesar de creerme muy Superman, carecía la destreza para treparme y bajarme de dichas palmeras de la forma correcta, así como lo hacían otros, más que todo la gente del campo de esa tierra panameña. Por años lucí las cicatrices causadas por ese inesperado y vergonzoso desliz.

Después de más de cincuenta años de haber sufrido esa penosa coyuntura, ya no trato de trepar palmeras o árbol alguno, excepto los escalones entre la primera y segunda planta de nuestra casa, de la escalera que da al cuartito en donde me escondo y en donde escribo. Al igual que con la cocotera, subir no es lo difícil, pero sí lo es la bajada. Hay que hacerlo paso a paso.

Lo bueno es que mi mente aún anda más o menos bien. Digo yo. Me imagino que eso de andar escribiendo tarugadas ayuda un poco. También eso de andar sacando cuentas. La mera verdad, la mente se ejercita cuando ese valioso artilugio tiene problemas aritméticos que resolver. De eso no cabe duda. Como quien dice, la mente se rejuvenece cuando tiene sumas, restas, multiplicaciones o divisiones que descifrar. Es por eso que yo hago números a cada rato. Sin calculadora, a la antigua, con papel y lápiz, y a veces usando solo la cabeza.

Eso de escribir es otra actividad que también ayuda y fortalece a la mente humana. En mi caso, lo hago porque me gusta hacerlo y porque se trata de una afición que he ensayado desde chico. Es algo además que a pesar de los años se hace mejor entre más se practica. A diferencia de lo físico, eso de andar escalando cocoteras y desarrollando actividades no aptas para viejitos.

Antes de despedirme y desearles lo mejor de lo mejor en sus vidas, permítanme agregar que me siento bien contento. No por el cumpleaños que se avecina o por estar «vivito y coleando», sino por tener una audiencia que lee lo que escribo y que generalmente le gusta mi forma de decir las cosas. La mera neta, como decimos los mexicanos, les agradezco mucho a todos ustedes su patrocinio. Para mí, ese es el mejor regalo. Que lean lo que escribo. Eso no tiene precio.

Quiero aprovechar esta ocasión para anunciar que ya terminé de escribir el último capítulo de la novela La leyenda de don José y que mañana o el lunes lo pienso publicar en mi blog, una vez que lo limpie y lo edite bien. Poco después quiero ofrecer la novela completa como libro electrónico (epub), una buena alternativa de los libros impresos. Pronto publicaré más detalles sobre esa novela y esa opción.

Me despido, de nuevo agradeciéndoles el patrocinio que me han brindado por más de cinco años, y enviándoles un fraternal abrazo desde mi cuartito en donde escribo y sueño. Se trata de un pequeño recinto bien resguardado, a capa y espada, por Oreo, el perrito guardián que cuida la casa y también a mí y que a veces se cree un súper can.

AUTOR: Pedro Chávez