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La leyenda de don José, Capítulo 2

By November 9, 2021 November 12th, 2021 No Comments

CAPÍTULO DOS

En busca de un pedazo de tierra

JOSÉ, SU ESPOSA TINA, y sus cuatro hijos llegaron al valle de Mexicali en enero del año mil novecientos cuarenta y dos, cinco años después del renombrado asalto a las tierras. Venían del estado de Michoacán, al igual que miles de otras familias que ya habían venido de esa provincia y de otros rincones mexicanos, alentadas por las promesas de la reforma agraria. Se trataba de gente trabajadora, gente de campo, cuyos antepasados y en ciertos casos ellos mismos, habían laborado en latifundios, en enormes haciendas, bajo el yugo de desalmados patronos, antes de que estallara la sanguinaria guerra civil a principios del siglo veinte. Una vez echada a andar la reforma agraria en todo el país, a finales de la década de los años treinta, los entonces fértiles campos mexicalenses se convirtieron en un blanco fácil de esa muchedumbre ansiosa de cultivar su propio pedacito de tierra. La oleada de los otrora peones agrícolas arribó al valle cachanilla con la mira de apoderarse de los campos que hasta ese entonces eran cultivados directa o indirectamente por una empresa estadounidense que había recibido los derechos para explotar esas tierras a principios de ese siglo. Llegaron en camiones y en otros medios de transporte, y una vez allí y tras largas batallas con las autoridades locales, los otrora peones clavaron estacas en las parcelas que querían y las reclamaron como propias. Se apoderaron de lo que les dijeron que era suyo, según una de las cláusulas de la reforma agraria de la constitución mexicana de 1917. La tierra pertenece al pueblo que la trabaja, decía con términos legales, no a los hacendados, los grandes propietarios, ni a los extranjeros.

Hasta finales de los años veinte, los mexicanos no eran contratados para trabajar en las tierras en ese valle ni se les permitía arrendar parcelas. Desde principios de siglo, la mayor parte de esa zona desértica, antaño abandonada, había sido cultivada principalmente por grupos agrícolas estadounidenses, del otro lado de la frontera y por algunas personas de origen étnico no blanco, también del país del norte. Algunos tenían raíces japonesas y de la India, pero la mayoría eran de ascendencia china. Durante años, esos agricultores arrendaron sus parcelas a la Colorado River Land Company, una empresa fundada en 1902 por Harrison Otis, editor del periódico Los Angeles Times, y su yerno Harry Chandler. Aunque el objetivo inicial era obtener un permiso para construir un canal que canalizara adecuadamente las aguas del río Colorado hacia el golfo de California, para reducir las inundaciones en ambos lados de la frontera, también pudieron recibir derechos para cultivar las tierras en el lado mexicano. Esos derechos fueron trasladados a la Colorado River Land Company por un hombre llamado Guillermo Andrade, amigo íntimo del eterno presidente de México, Porfirio Díaz. Andrade había obtenido una concesión de esas tierras de su amigo el presidente en la década de 1870, para desarrollar ese valle. Sin embargo, una vez que la compañía extranjera adquirió dichos derechos, en lugar de utilizar mano de obra mexicana para cavar el canal y construir pequeñas presas, trajo peones chinos, los llamados coolies, trabajadores originarios de China que habían ayudado a construir miles de kilómetros de vías férreas en el oeste de Estados Unidos durante la última parte del siglo XIX.

Antes de la llegada de la Colorado River Land Company al valle de Mexicali, esa tierra desértica, junto con la región vecina del lado norte de la frontera, se inundaba casi anualmente. Aunque el crecido caudal del río Colorado a veces era contenido por los bancos de barro que corrían a lo largo su cauce, esas barreras construidas por la naturaleza a menudo eran incapaces de prevenir las inundaciones, creando lagos salados en ambos valles, en el mexicano y en el estadounidense, en zonas muy por debajo del nivel del mar. Pero una vez que la Colorado River Land Company construyó un canal viable para canalizar adecuadamente esas aguas hacia el golfo y otras zonas, esa tierra desértica se convirtió en un terreno fértil cargado de nutrientes. El algodón fue el principal cultivo en el lado mexicano después de 1910, mientras que ese producto y una miríada de otros cultivos se efectuaban en el lado estadounidense. Para entonces, aquella tierra antes abandonada y desértica, en ambos lados de la frontera, se había convertido en un cuerno de la abundancia.

Desafortunadamente, José y su familia habían llegado a ese valle demasiado tarde. La mayor parte de la tierra antes disponible ya había sido tomada por la primera oleada de colonos, excepto pequeñas parcelas en ejidos que estaban siendo salvaguardadas por los jefes políticos locales, para ser entregadas más adelante a amigos cercanos. La descorazonadora noticia, sin embargo, no ahogó los ánimos de esa familia y poco después de su vano intento de tener un pedazo de tierra propia, José y Tina decidieron quedarse en ese valle y encontrar trabajo en los campos de algodón. Se dedicaron a la siembra, luego limpiaron los surcos en donde crecían las plantas de algodón, también regaron los campos y, al final del verano, ayudaron a recoger la codiciada cosecha de oro blanco, nombre que recibía entonces el algodón en aquella región ahora económicamente próspera. Sin embargo, una vez terminada la cosecha, se les acabó el trabajo, y tras buscar algo que hacer durante más de un mes y no encontrar labores para ambos o sólo para José, se desanimaron y pensaron en regresarse a Michoacán. Pero no lo hicieron. Decidieron mejor quedarse en esa región fronteriza y probar suerte en otros lugares en donde pudieran conseguir otro tipo de empleo. Les habían dicho que existían probabilidades de trabajo en la ciudad de Mexicali y sus alrededores, así que se fueron allí a principios de noviembre de ese año. Una vez en esa ciudad, se encontraron con una realidad diferente. La mayoría de los empleos en esa zona urbana estaban vinculados a la industria cíclica del algodón y a otras actividades relacionadas con la agricultura, excepto el comercio minorista y el trabajo gubernamental, industrias en las que ni José ni Tina tenían experiencia. También descubrieron que mucha gente se quedaba sin trabajo durante los meses de invierno, incluso los que trabajaban en las granjas del otro lado de la frontera, en el Valle Imperial.

—Yo creo que mejor nos regresamos a Michoacán —le dijo José a su esposa después de descubrir que casi no había oportunidades de empleo en Mexicali.

—Yo creo que no; mejor nos quedamos queditos —respondió Tina—. ¿Recuerdas lo difícil que era encontrar trabajo allá, antes de que nos fuéramos?”

Tenía razón Tina. Poco había cambiado en ese México rural, después de la revolución. La mayoría de los antiguos y viles terratenientes habían desaparecido, pero muchos de los que los reemplazaron terminaron siendo peores.

—Tienes razón, a veces es fácil olvidar las cosas malas —le dijo José a Tina.

El comentario de su esposa resultó ser un gran alivio para él. Después de todo, José prefería quedarse en Mexicali y probar suerte en ese pueblo.

AUTOR: Pedro Chávez