IMAGEN: Rosa Carmina con nuestra sobrina Elisa. Circa 1988.
Hace poco más de dos meses que perdimos a Amanda, la mayor de nuestro clan. Fue una muerte inesperada. Estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. El vehículo que ella conducía fue embestido por un auto que circulaba en sentido contrario y cuyo conductor había perdido el control tras sufrir un infarto. Fue un triste final de una vida maravillosa y un trágico desenlace que acabó con la jornada terrenal de una hermana que a veces hizo el papel de mamá cuando crecíamos.
Por desgracia, nos han llegado más malas noticias. Acabamos de perder a otra hermana. Se llama Rosa. Rosa Carmina para ser más exacto. Menciono lo de Carmina porque a ella no le gustaba ese segundo nombre. Pero en lo que a mí respecta, Carmina es un nombre muy bonito. Tan bonito como Rosa.
Al igual que la mayoría de nuestro clan, Rosa Carmina nació en Mexicali, en la Colonia Cuauhtémoc. Era una niña muy juguetona. Era bien parecida también. Tenía una mezcla de rasgos sonorenses y michoacanos, heredados de nuestros progenitores. Algo de purépecha, algo de yaqui, y además un toque cachanilla. Se desprendía de ella también una gran sonrisa. Rosa Carmina probablemente heredó ese rasgo de nuestro abuelo por parte de madre. Era un hombre alegre, de lo más alegre que hay. Él sí que era un verdadero purépecha. Un michoacano a carta cabal.
Yo soy el segundo del clan, acá entre nos, y cinco años mayor que Rosa. Por eso últimamente he asumido la responsabilidad de escribir sobre estas noticias tan desgarradoras. Además, me han dicho que sé algo acerca de nuestros hermanos y hermanas. Y por supuesto, sobre nuestra ya fallecida hermana Rosa Carmina.
Tener esos antecedentes y conocimientos ayuda un poco. Pero tener que escribir sobre nuestras recientes pérdidas no es nada divertido.
Rosa Carmina es la cuarta hermana que perdemos a lo largo de los años. La primera fue una casi mortinata. Tenía cinco días de vida cuando murió. Era la que me seguía en edad. La siguiente en fallecer fue Herlinda. Sólo tenía siete años cuando sufrió de meningitis. Sobrevivió la enfermedad pero la pobre ya se había convertido en un vegetal. Por años fue atendida en el hospital estatal de California en Porterville. Veinte años después de ser alojada en ese recinto por vez primera, falleció. Fue otro triste final. Aunque nuestra hermana Herlinda sobrevivió el trágico mal acaecido, la fuimos perdiendo poco a poco. Lo dudo que exista algo peor que ese tipo de vida sin vida.
Herlinda era inteligente, probablemente la más inteligente en nuestro clan. Después de residir menos de un año en este lado de la frontera, aprendió inglés y otras cosas del aprendizaje que se suelen adquirir mucho más tarde en la vida. Pero Herlinda lo hizo. Era muy lista.
También perdimos a un hermano. Se llamaba Julio, Julio César. A él sí le gustaban sus dos nombres de cuna. Murió en un accidente de moto en el verano de 1977. Sólo tenía 24 años de edad. Yo aún estaba en la Fuerza Aérea, destinado en España. Volé a casa, a California, para asistir a su funeral. No fue un viaje divertido. Nuestra familia se encontraba devastada por la pérdida. Yo también. Perder a un hermano tan joven es difícil de entender.
Y ahora perdemos a Rosa, a Rosa Carmina, una hermana que deseaba vivir y que aún ostentaba sus bellos rasgos, su sangre purépecha, su sonrisa sonorense. Va a ser sepultada el próximo martes 11 de julio en Stockton, California. No va a ser un momento feliz. Los entierros casi nunca lo son.
Especialmente en el caso de Rosa Carmina.
La echaré mucho de menos. Más que todo su sincera sonrisa.
AUTOR: Pedro Chávez